Patricia Villarruel
MADRID.- El cantautor Joaquín Sabina y el escritor Benjamín Prado no lo vieron del todo claro. Pensaron que aquel viaje sería un error aunque habían fantaseado con él. Eso de perderse solos por ahí. Firmar a dúo canciones. Emular a Bob Dylan y Sam Shepard... Hablaron de ir a La Habana. Nombraron Nueva York y Lisboa, pero se decantaron finalmente por Praga.

La "felicidad doméstica" en la que permanecía instalado Sabina le impedía procrear algún verso. Había que sacarle provecho, entonces, a las desgracias ajenas. A las de Benja, claro está. El amigo de toda la vida que acababa de sentenciar el fin de una "relación infernal".

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La historia con esa Virgen de la amargura, como la bautizaron los allegados, emergió como un oasis para la inspiración. "Es que el desamor solo pide poesía", exclama Prado en una conversación con EL UNIVERSO.

Se embarcaron en la travesía, claro. No se rompió la amistad como presagia la primera línea del libro Romper una canción que acaba de publicar Benjamín Prado y que relata la aventura de escribir a cuatro manos Vinagre  y rosas, el último disco de Joaquín Sabina. Del puño de ambos salieron, años atrás, las letras de Cuando aprieta el frío, Esta noche contigo y Números rojos. Las escribieron los dos; pero, no juntos.

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Hubo una "parte meteorológica" que consideran, sin embargo, el embrión de este álbum que ha roto con cuatro años de silencio del genio de Úbeda y que le ha llevado a subirse otra vez a los escenarios (por última vez, asegura). Nació de madrugada, entre copas.

En Praga, como en aquella ocasión, también hubo ese forcejeo por hallar unas rimas imposibles, por concebir la estrofa perfecta. Y whisky, a raudales. "Todos los vehículos necesitan combustión", añade con una sonrisa irónica el escritor que participó en la última Feria del Libro, en Quito.

El alumbramiento de este cancionero impregnado del perfume "melancólico, enérgico y romántico" de Praga exigió que se escribieran hasta seis versiones de cada tema. Algunos versos se retocaron por última vez en el estudio de grabación, "en la cuerda floja y con los músicos mirándonos con cara de odio, hartos de tanto cambio", relata Prado, dueño de una vasta obra poética reunida en los volúmenes Ecuador, Iceberg y Marea humana.

El nacimiento de Cristales de bohemia constituye solo un ejemplo. "Es una de las canciones más raras y más hermosas pero, hasta ahora, no termina de convencernos", subraya. Y, no se cansa de repetirlo: "Una buena canción es siempre autobiográfica, es la vida de quien la escucha".

La de estos compositores es una amistad que acumula tres décadas. Después de esta experiencia parecería que suma treinta años más. El libro Romper una canción hay que entenderlo como homenaje a esa relación, como taller literario y lección de vida. "Que una persona como Joaquín, que puede vivir de las rentas de temas como Princesa, esté dispuesto a matarse por cada adjetivo es una lección de profesionalidad y respeto a sus oyentes", opina su compañero de viaje.

La experiencia no deja minutos vacíos ni momentos sin recordar o tiempo prescindible. La compenetración era tal que para Blues del alambique Prado y Sabina llegaron a escribir versos iguales pese a hacerlo por separado. Verídico.