Alfonso Reece D.
Zombi es un muerto al que otra persona, mediante malas artes, le hace volver a la vida y lo convierte en su esclavo. Le dice “alza la mano” y el zombi lo hace, “lleva este proyecto” y el cadáver viviente con presteza cumple lo que le ha ordenado su encantador. No en vano la figura del zombi proviene de vudú haitiano, que era la religión oficial de la dictadura de Fraçoise Duvalier, autor del proyecto más ambicioso de totalitarismo: hacer de Haití una nación de zombis, obedientes, callados, capaces de literalmente devorar al enemigo si se lo pedía Papa Doc. La idea no funcionó porque, aunque dicen que el demonio se apersona en algunas ceremonias de vudú, por alguna razón atribuible a la legendaria sabiduría del maligno, este decidió no darle una mano al médico brujo en su espantoso intento. Pero allí quedó el modelo, a la orden de cualquier aprendiz de hechicero.
La locución latina perinde ac cadáver, disciplinado como un cadáver, se refiere que si se hace tomar cualquier posición a un muerto, este permanece así, como lo quiso su manipulador. Imagino una película homónima de este artículo, en la que un médico loco decide gobernar la morgue mediante una asamblea, en la que tienen voto los muertitos, que son más que los vivientes que trabajan allí y levantan nomás la mano cuando el jefe les pide. Así el doctor impone siempre su voluntad, no importa cuán chifladas sean sus propuestas, como dejar a varias horas a oscuras el necrocomio.
En el fondo, como todas las leyendas, la creencia en los zombis está basada en un hecho. En este caso se refiere a la incontrovertible verdad de que la libertad es consustancial con la vida humana. Nuestra libertad existe mientras la vida alienta en nuestro cuerpo, después es el silencio y el consentimiento.
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La creencia en el espíritu parte de la evidencia de la conciencia y la voluntad, realidades esencialmente distintas de la materia. Los otros seres vivos, y mucho menos los inanimados, no tienen “un poquito” de voluntad o de conciencia, no, tienen cero, cero absoluto. Esta calidad de ser humano, y por tanto consciente y capaz de tomar decisiones, no proviene de una afortunada combinación de ADN, sino de una sustancia que no está en la naturaleza.
La conciencia y la voluntad solo tienen sentido en la libertad, y solo se realizan en ella. Por eso, vida y libertad son derechos básicos e inalienables, los dos igualmente imprescriptibles e irrenunciables, puesto que como hemos visto parten de la misma condición. La libertad existe por el mero hecho de pensarla, por eso es ocioso hablar de “libertad de pensamiento”, el pensamiento siempre es libre, lo que tiene sentido es la libertad de expresión, la posibilidad de expresar ese pensamiento. Nadie puede “hacerme pensar” lo que no quiero, pero sí me pueden impedir expresar lo que quiero, con lo que me arrebatan mi condición humana, me están transformando en zombi. En un sentido no figurado me están matando.