Horacio Hidrovo, poeta que centró su obra en el campo

El poeta viaja en el bus que se detiene en cualquier recoveco. Lo hace a diario en busca del campo, donde toca la marimba rodeado de sembríos y árboles frondosos que se mecen al son del aire. Va a contemplar imágenes, a buscar historias.A sus 78 años, el poeta Horacio Hidrovo Peñaherrera aún preserva intacta esa rutina que le ha permitido, según dice, mantener latentes sus sueños.Este escritor, nacido en Santa Ana (Manabí), se siente en deuda con la aparente desolación de la ruralidad que lo vio crecer. Escudriñar en la vida de Hidrovo es encontrarse con paisajes verdes y vivencias de campesinos que marcaron su obra literaria convirtiéndolo en uno de los poetas contemporáneos ecuatorianos más reconocidos.Su mérito radica en llevar cultura al campo y ayudar a que sus habitantes encuentren su identidad, labor que lo llevó a ganar el Premio Nacional de Cultura Eugenio Espejo tras cuatro postulaciones. Hidrovo prefiere codearse con los campesinos de vestir sencillo como él. Busca esconderse en la vida cotidiana. Dice que ellos le regalan sus temas diarios.Su hija mayor, Tatiana, rescata al padre promotor y creador de toda una política cultural dirigida al campo. “Es la parte más invisible de su legado. Llevar a poetas de todo el continente en una chiva a una cantina de un sitio del campo manabita, como Sasay, y observar la reacción de los campesinos, es impresionante”, enfatiza.En estos encuentros organizados cada año por el poeta Hidrovo, la rocola deja de sonar y los campesinos abandonan el alcohol en las cantinas.“A lo mejor no entienden, pero sí saben que tras esa construcción de palabras hay algo hermoso”, explica su hija.Lo dice delante de su padre en una mañana soleada y en medio del lugar que en Portoviejo se conoce como la “Casa de Horacio”, donde actualmente vive el poeta.Y es que el afán de reivindicar el campo se inició casi con espontaneidad en Hidrovo cuando vivía en una casa que el poeta galardonado tenía en el centro de Portoviejo.La vivienda de a poco se volvió un punto donde convergían poetas nacionales y extranjeros de los años sesenta y setenta.Hidrovo añora con vehemencia ese tramo de su vida. Y es que tiene la convicción de que “los recuerdos hay que recordarlos siempre para no olvidarlos, y la poesía ayuda”, dice.Las paredes de la que fue su casa daban muestra de ello. Una vasija repleta con carbón estaba en el centro de la sala para que los visitantes escriban sus poemas a su libre albedrío.Escritores como Nelson Estupiñán Bass y Euler Granda dejaron su marca en esa pared, pero la expresión “sangre mía”, que plasmó el poeta Jacinto Santos Verduga una semana antes de suicidarse, es la anécdota más recordada en torno a este movimiento que se dio en un Portoviejo repleto de familias tradicionales.El cuarto del poeta también se salía de lo convencional. La cama matrimonial parecía estar de más en medio de una biblioteca de libros regados por doquier. Entre esa literatura estaba la novela El hombre y un río, que escribió su padre, Horacio Hidrovo Velásquez.De allí parte su matrimonio con el campo. “Me motiva el hombre sin discursos, el cholo junto al mar, el montubio”, explica Hidrovo refiriéndose a su propia obra.En su proceso creativo prefirió inclinarse por la poesía que escribe y él mismo corrige hasta por seis ocasiones.“Si a la sexta vez veo que no vale el texto, lo abandono”, asevera. Ahora su legado incluye dos novelas y una próxima publicación que se titula Memoria de abuelos. También está un libro de cuentos y un medio millar de poemas compilados en unos 22 libros, algunos de ellos traducidos al portugués, francés e inglés.Su poema insigne, como él mismo afirma, es Trenes de la infancia, en donde relata imágenes de su natal Santa Ana.Con el tiempo, la casa donde crió a sus hijos quedó atrás y dio paso a un rincón rural que cuenta en fotografías, ilustraciones y frases poéticas, pedazos de vida de escritores y poetas contemporáneos que fueron sus conocidos.El lugar es una finca a la que Hidrovo va desde hace diez años a diario. La propiedad, que se ubica en Sasay, de su natal Santa Ana, parece personificar lo que escribe en sus versos: El puente sobre el estero, la casa de caña y los sembríos.Los libros tampoco faltan (hay unos 5.500), al igual que el catre y las pinturas surrealistas de pintores contemporáneos.También se bambolean colgadas en las paredes de caña las imágenes del marchista cuencano Jefferson Pérez y del cantante dominicano Juan Luis Guerra. Cada objeto le recuerda a Hidrovo momentos de su infancia, de su vida adulta, lo lleva al instante de cuando leyó la obra de Walt Whitman, uno de sus poetas favoritos, o de sus viajes al extranjero, como su última salida a República Dominicana, donde se enteró de la labor social que realiza Guerra. “Son los héroes de nuestros pueblos”, resalta ya con su voz que el pasar del tiempo hizo quebrar.El diseño de la finca refleja su deseo de no olvidar, pero también lo lleva a sus raíces y mantiene vivas sus convicciones.“Me falta todo por hacer, seguir entregando libros a los campesinos, que el campo sea redimido, que no le pongan casas de cemento”, son sus deseos y peticiones.Ahora ya no corre como lo hacía a sus ocho años cada vez que escuchaba tronar las rieles porque el tren se acercaba a su natal Santa Ana, que en ese entonces era un puñado de casas atravesadas por el río y rodeadas de vegetación, paisaje que motiva parte de su obra.Perfil Horacio Hidrovo Peñaherrera nació en Santa Ana, Manabí, el 24 de junio de 1931. Obtuvo el Premio Nacional Benjamín Carrión y una condecoración nacional al mérito literario durante el Gobierno del ex presidente Oswaldo Hurtado. Recibió la condecoración Eloy Alfaro de Manabí y el Premio Nacional de Cultura. Ahora es profesor de literatura de la Universidad Laica Eloy Alfaro, de Manabí, donde dirige el Departamento de Cultura.“Me motiva el hombre sin discursos, el cholo junto al mar, el montubio”. Horacio Hidrovo “Saben que tras esa construcción de palabras hay algo hermoso”. Tatiana Hidrovo, hija

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