Hace 8 años, millones de personas, probablemente con un café en la mano, veían en vivo el derrumbe de las Torres Gemelas.
El segundo avión marcó un dantesco inicio de siglo: testigos del terrorismo en directo. La televisión nos contaba qué pasaba, era nuestro acceso rápido a la realidad.
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No obstante, sabemos que la realidad no existe como tal. Una década antes del atentado al WTC, Jean Baudrillard ya advertía en su libro La guerra del Golfo no ha tenido lugar (1991) acerca de cómo los medios configuran la creación de un espacio hiperreal, donde los hechos se comportan como simulacros.
Es decir, no lo vivimos, pero asumimos simbólicamente que existió. Como todo espectáculo, plantea hechos y explicaciones, donde no queda más que apostar, inferir, asumir, que lo que nos dicen puede ser verdad.
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Lo mismo sucedió con la caída en vivo y en directo de Lucio Gutiérrez, y sucede ahora con las cadenas del Gobierno o el noticiario de Teleamazonas.
Los hechos estarán ahí, tratando de construir relaciones dependiendo de quién los ponga, transformando la TV en una caja de pandora que quiere convencer a toda costa de alguna realidad.
Por eso hay que repensar lo que vemos, tener una mirada más crítica frente a los medios de comunicación y sus contenidos, o podríamos asumir, como dice el gato Garfield: “si sale en televisión, debe ser verdad” (aunque unos crean que Garfield no es de verdad).