La noche del sábado anterior tuvo sabor a salsa. Esa sazón que se canta, baila y alegra a los corazones. Esa sabrosura la pusieron Henry Fiol y Luisito Carrión. En el menú no faltó el toquecito criollo de Gustavo Enrique y su orquesta, que acompañó a estos consumados chefs del son y la salsa.
La cita fue en el Jardín Centro de Eventos, que no se llenó. El show anunciado para las 20:00 recién comenzó a las 23:15. Además, supuestamente, solo había dos localidades: general $ 15 y vip $ 25. Sin embargo, en la práctica, también existía silla vip, a $ 40. Parte del público se sintió engañado.
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Gustavo Enrique y su orquesta le pusieron fin a esa larga espera con temas como No le pegue a la negra, La Murga de Panamá, Cali Pachanguero, que invitaron a bailar a la gente.
Pero si la música brotaba del escenario, abajo unos coronaban su alegría con espuma de cerveza. Otros marcaban el paso con su pareja o su sombra.
No faltaban quienes agitaban maracas y marcaban la clave a golpe del cencerro. Ese era el caso del esposo de Tana Ramos: “Soy fanática de Luisito Carrión desde que cantaba con La Sonora Ponceña”. A pocos metros, Javier Franco se declaró salsero desde que tiene uso de razón y expresó que “estamos aquí y es un privilegio porque se presenta Luchito Carrión y un salsero de peso como Henry Fiol”.
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La medianoche explotó cuando llegó al escenario el pequeño pero carismático Luisito Carrión y de una desmandó sus éxitos Cúlpame, La Fuga, Yare, Me diste de tu agua, etcétera.
El puertorriqueño dijo que era la primera vez que visitaba Ecuador y estaba muy a gusto. La gente le pedía a gritos sus canciones preferidas. Los complació lanzando su característico grito de combate: “Histeria, histeriaaa!”. Antes de partir no olvidó de interpretar “Por alguien que se fue, robó mi corazón / Que le correspondió, con la palabra amor / Caramba, caramba, qué jugadita / Y aun así no aprendo yo / La pasión no se me quita, ni cantando un guaguancó”.
La madrugada estaba encendida. Antes de que los gallos cantaran, la gente quería escuchar al legendario Henry Fiol, que arribó al escenario luciendo una chaqueta melón, pantalón crema y zapatos blancos. Llegó con su cabellera plateada, tirando pasos de rumba y cantando la que es su autobiografía: “Yo nací en Nueva York / En el condado de Manhattan / Donde perro come perro / Y por un peso te matan”.
Sus fanáticos morían de gusto, pero revivían para no perderse su son. Ese son de raíces montunas pero con lírica urbana. Con cuerdas de un tres sonando a monte adentro y un saxo caliente como el mismo asfalto. Fiol volvía a Guayaquil a los años. Así lo dijo y también que “el artista tiene que reflejar las verdades de la vida”. Cada canción instaló alegría en su público que coreaba y danzaba con ellas: Oriente, La juma de ayer, Ahora me da pena, etc.
Henry Fiol, que comenzó su carrera como conguero y corista, el sábado no lo olvidó y volvió a darle duro y con maestría a la conga. Anunció su retirada con La última rumba. Pero volvió a exigencia del público, que casi a las 03:00 no quería irse a dormir. Entonces Fiol regresó a darle picotazos a la rumba: “Me levanto por la madruga y no hay nada en la nevera / No hay jugo, no hay pan, no hay leche tan siquiera / Pero la busco, picoteando por ahí / Si esta gente come el jamón y a mí me tiran el hueso / Como si yo fuera un ratón me dejan un tanto de queso”. Jamón, hueso o queso, pero con el sabor auténtico de Henry Fiol, rey y señor del son.