John Dillinger nació en junio de 1903, en Indianápolis, y murió en julio de 1934, en Chicago, acribillado por la policía a la salida del cine en el que acababa de ver, irónicamente, la película de gánsteres El enemigo público número 1. Tenía 31 años y su carrera delictiva lo había vuelto muy popular, convirtiéndolo, tras su muerte, en toda una leyenda.

En aquel entonces, Estados Unidos estaba devastado por la Gran Depresión. Los malos eran los banqueros (poder económico) y la policía (poder represor). En oposición, este atractivo y escurridizo asaltabancos se ganaría la simpatía del pueblo, cuyo dinero respetaba durante sus fechorías.

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Dillinger, además, raramente se escondía. Siempre andaba públicamente acompañado por miembros de su banda y por bellas mujeres que le celebraban sus fugas de prisión y sus sonados atracos bancarios. Por eso no sorprende que su mítica figura haya sido adaptada al cine en diversas ocasiones, aunque sin hacerle mucha justicia.

En Enemigos públicos, el talentoso Michael Mann (Colateral, El informante) ha tomado como base la novela periodística homónima de Bryan Burrough para reconstruir con potencia, profundidad y extrema fidelidad la historia de este famoso delincuente al que da vida un deslumbrante y sobrio Johnny Depp.

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Más allá de ser un filme vibrante y violento, sujeto a las emociones latentes en la acción, Mann logra crear allí una inteligente y brillante conexión entre el cine negro americano de los años treinta y la intrepidez del thriller contemporáneo. Todo conmociona en su cine: los balazos y los diálogos sin desperdicio, los planos cortos de los rostros de los protagonistas y la maravillosa ambientación que confiere absoluta credibilidad a la época.

Mann alterna con maestría los refinados asaltos a los bancos y las memorables fugas de la cárcel con momentos íntimos donde este templado personaje aprovecha para relacionarse con su amada (Marian Cotillard), sin dejar de fluir y de asombrar. El realizador cuenta con la gran ventaja de ser uno de los impulsores más coherentes del cine digital. Y aquí, haciendo uso de la alta definición, con cámara en mano, compone una de las películas más fascinantes y que mejor definen la época actual, aunque la acción se desarrolle ochenta años antes.

Es una cinta que engancha y apasiona, inquietante y rica en matices. La leyenda de Dillinger y su banda ha perdurado y ahora se extiende, exhibiendo un universo de “buenos y malos” que no son precisamente ni lo uno ni lo otro, sino seres humanos reconocidos que hicieron historia.