Para apreciar el cine del director austriaco Michael Haneke (Cache, La pianista) se debe ir preparado mentalmente, por su indiscutible capacidad para revolver el estómago, por la atmósfera inquietante en la que sumerge al espectador en la trama, porque evidencia el sadismo y las pasiones enfermizas que esconde la aparente normalidad, porque te restriega todas sus obsesiones sobre la representación de la violencia en el cine y sobre el poder y la influencia que ella ejerce en el espectador.