Este boliviano encontró su particular salida al mar en la costa ecuatoriana. José Luque Medina nació en 1937 en Sipe Sipe. Pueblito pintado de verde por los árboles frutales de la campiña de Cochabamba.
Desde muy niño es artista. Una vez robó dinero a su abuela. En vez de caramelos, compró un cuaderno y lápices de colores con los que se escondió a dibujar. Su abuela lo castigó con una vara de sauce. “Lo recuerdo muy bien, quedó grabado para siempre –dice aún con risa traviesa-. El haberme criado como un pajarito libre marcó mi vida para siempre, mis percepciones son distintas”.
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Lo recuerda a sus 72 años, en el barrio Salinas del balneario de igual nombre. La luz del mediodía ilumina su cabello plateado y las paredes habitadas por sus cuadros. Su vida está marcada por el periodismo, el destierro, la publicidad y las artes plásticas.
Su accionar comienza en 1960 cuando en La Paz funda Cascabel, revista de humor político por la que 10 años más tarde –después de sonar fuerte en la escena política de Bolivia– la dictadura del general Banze Suárez lo destierra al Perú. América Latina vivía un tiempo de cambios a cargo de ciertos militares como el peruano Velasco Alvarado. Pero después todo cambió cuando la guerra sucia comenzó en el Cono Sur. “Una arremetida contra la gente de izquierda que profesábamos cambios –expresa Luque–. Todos íbamos tras la utopía, tras una justicia social que no existía”. En Lima vivió 8 años, fue caricaturista de la página editorial de diversos diarios y dibujante creativo de agencias de publicidad. En 1978 llega a Guayaquil. Trabaja en publicidad. Vive en Las Peñas, a orillas del Guayas. Cada vez el mar estaba más cerca. Pero aún más el Santa Ana con sus casitas humildes que como cometas viajan al cielo.
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Todos los fines de semana, Luque iba a pintar. “Caminando y caminando pinté todo el cerro en acuarela, óleo, crayón”, añora, retornando a esos años cuando los vecinos lo llamaban ‘el Boliviano que pinta las casitas’. La gente sacaba a las escalinatas sus grabadoras para escuchar a Julio Jaramillo bebiendo cervezas y comiendo cebiches. “Me encantaba pintar con los niños a mi alrededor, todo eso tenía bastante alma y magia”, reconoce.
Al año, realizó su primera exposición, luego dos más pero solo acuarelas. Éxito arrollador, los cuadros volaban. “Eran acuarelas del Guayaquil con su gente, sus balcones, sus calles, sus casas de caña, esos suburbios del estero”. Tal fue el éxito que renunció a la publicidad. “Hasta hoy me dediqué a vivir de la pintura –afirma Luque–. Pero la diferencia es que los artistas estamos abandonados a nuestra suerte. Ya casi ni existen galerías, ahora no. Antes había una clase media solvente que gustaba y adquiría nuestra obra. Ahora solo hay una clase alta que tal vez busca un arte más sofisticado. O compran en el extranjero”, analiza.
Pero a más de artista plástico –domina diversas técnicas–, en el centro de la ciudad instaló la galería Tambo y en diario EL UNIVERSO escribía la columna de humor Blanco y Negro y también realizaba una caricatura con el mismo nombre.
En 1989 fue a trabajar en comunicaciones a la capital. Aunque después de un año de soportar a la burocracia, renunció. Entonces se dedicó a pintar, en varias técnicas, las casas antiguas de Quito con sus puertas coloniales y patios interiores. “Como el fotógrafo que capta una escena diferente –teoriza Luque– también el artista atrapa esa realidad y cuando es en acuarela, el arte más difícil porque no existe la corrección como en el óleo”.
En 1998, por fin, vive en el mar de Montañita pero andaba buscando un sitio con más paz, y desde 1999 reside en Salinas. Entonces viajando por los pueblitos, conoció el mundo de los pescadores artesanales. Fue cuando en sus cuadros nació el personaje Pedro Pinchagua, la representación del cholo. “Conviví con ellos, me hablaban de sus aventuras dentro del mar. Son gente muy sufrida, tienen que levantarse muy temprano, viajan por el mar según las fases de la luna, una sabiduría total. Por eso mi pintura es un testimonio de mi tiempo, de esos lugares y sus gentes”, dice Luque mientras muestra sus últimos cuadros donde combina el paisaje costeño con el erotismo o su serie surrealista donde sus botes no navegan en el mar sino en el cielo porque todo artista no olvida jugar con la magia.
En Salinas, con piedras y piezas precolombinas que ha reunido a lo largo de los años, desea hacer un museo arqueológico didáctico. Es uno de sus sueños. Ahora prepara su próxima exposición –que espera presentar en Guayaquil– con cuadros de gran formato, el tema es la naturaleza. “El hombre está en ella como su depredador o como su guardián y los artistas tenemos que testificar esa situación”, anota Luque, que aún es aquel niño artista de Sipe Sipe que con lápices de colores pinta y recobra su paraíso perdido.