Cecilia Ansaldo Briones
Las antologías son libros problemáticos para los estudiosos de literatura. Constituyen un recorte de una obra completa, que polemiza con el punto de vista de quien está obligado a conocerla toda. Para los lectores comunes, en cambio, son libros cómodos, rápidos y que entregan visiones generales.

Entiendo que por esta vía va la intención de Marcelo Báez al haber recopilado en un solo libro una muestra de su trabajo de escritor hasta hoy.
A Báez le gustan los heterónimos y los juegos de palabras. La primera preferencia lo llevó a crear a Pedro Espejo, Peter Mirror y algunos personajes más a los que entrega su palabra, como es el caso del autor del prólogo de El viajero inmóvil, Rafael Arteta. Por jugar con las palabras llama a este libro de síntesis antojolía, capricho lúdico que no altera para nada el seguimiento que permite el presente trabajo a cuatro poemarios, dos novelas, un cuentario y dos libros sobre cine.

Los veintisiete poemas nuevos que conforman El viajero… revelan que el decir fundamental de Báez está en su lírica. A pesar de que se mantiene en el núcleo de su preocupación poética la ciudad y sus mil rostros, hay en estos últimos poemas constantes y diferencias: el poeta insiste en replantearse su tarea de “viandante de reglones” así como en desafiar a sus lectores desde el paradigma de un Teseo que lucha contra “invisibles minotauros” escondidos entre los versos.

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El doble homenaje que el escritor cubano José Lezama Lima recibió el jueves de esta semana en nuestra ciudad empezó por la duplicidad del título El viajero inmóvil. Báez como anfitrión guayaquileño, con su antología en la mano, Tomas Piard, como invitado cubano con su película entregada a la admiración concentrada en el auditorio del MAAC. El poeta y el cineasta coincidieron en revelar y exaltar el conocimiento que brota desde la quietud, la sabiduría que se alcanza sin moverse de un sitio a costa del poder de la imaginación, del vigor de la palabra. Eso fue Lezama en su sillón de la casa de la calle Trocadero. El viaje del poeta Báez tampoco necesita del movimiento.

En el poema Sin ningún porvenir el hablante lírico declara: “juro que este poemario no tendrá lanzamiento”, y critica las reuniones sociales en que devienen los actos de presentación. Báez se propuso trastrocar la habitual rutina de esos actos y como buen programador de las proyecciones en el MAAC Cine, consiguió que admiremos el trabajo fílmico del cubano Tomas Piard, quien puso en imágenes –no traduciendo sino interpretando– el complejo mundo de Paradiso, la monumental novela de Lezama.

Marcelo Báez está en un buen momento de su vida. Cuenta con nueve libros publicados antes de los cuarenta años. Es un exitoso profesor universitario de diferentes instituciones. Ha impulsado un proyecto editorial que es, tal vez, el único de iniciativa privada en Guayaquil en estos momentos. Mantuvo una oferta cinematográfica muy válida desde que se le encargara la programación del MAAC Cine.

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Está listo para emprender la segunda etapa de una existencia fructífera.