El césped aún mojado por la llovizna de la mañana ensució la rodilla de Ana Terán (46), quien dejó –como es su costumbre de cada domingo desde el 21 de diciembre– tres claveles blancos en la tumba de León Febres-Cordero, quien falleció el 15 de ese mes.

Se paró, bajó la cabeza y rezó un Padre Nuestro. Ella es una de las tantas personas que por curiosidad o respeto se acercan a esa tumba en el camposanto Parque de la Paz. Terán pasó primero a ver a su padre en una bóveda lejos de allí.

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Situación similar llevó a Alexandra González al sepulcro del ex líder del PSC, partido al que está afiliada desde hace 10 años. Ella visitaba la tumba de su hija mayor, quien tendría 15 años, pero falleció hace dos por un aneurisma. Decidió llevar a sus otras dos niñas al sepulcro de quien consideraba era un “hombre que merecía respeto y admiración”.

“No creo que entiendan la importancia de un personaje como Febres-Cordero en la historia”, comenta, pero afirma que hace un tiempo su hija María Teresa colocó un recorte de periódico de él en la puerta de la refrigeradora. Es la primera vez que las tres van a esa tumba. González cuenta que se despidió de él en la Catedral, pero no pudo asistir al sepelio.

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Las visitas hasta las 12:00 fueron pocas; seis personas en dos horas. Entre los últimos en ir estaban Olga Henríquez (71) y su nieto Alejandro Erazo (18). “De la historia de Febres-Cordero no sé nada más que lo que cuenta mi abuela”, dice el joven, quien usa gafas y se mueve con actitud quemeimportista.

Otros que visitaron la tumba fueron Gustavo Zúñiga, presidente de la Corporación de Seguridad Ciudadana (CSCG); y el ex legislador socialcristiano, Alfonso Harb.