Susana Cordero de Espinosa

 No nos es extraña aquella anécdota que cuenta cómo, preguntado un joven estudiante por el personaje cuyo nombre ostenta alguna calle de nuestra ciudad, él dio una respuesta  cabal y cierta, pero de indiscutible cortedad.

Dijo,  con el juvenil entusiasmo de una edad en la que, lo que no se sabe, se adivina, y con la certeza feliz de haberlo logrado: “¡Ah, ¿fulanito de tal? ¡Es el nombre de una calle!”…

Así, va desapareciendo de nuestra vida el interés intelectual por el sentido íntimo de la realidad. Un personaje histórico cuyo nombre honra una de nuestras plazas, no existe ni interesa, él  es la plaza. Si acaso, importa para guiarnos hacia el restaurante de moda, el cine o el ámbito en que se reúnen los chicos para escuchar música, para hablar entre ellos sin entablar una conversación real; para intercambiar su propio vacío.  Y los adultos, del otro lado, y quizá desde otro tiempo, quisiéramos saber de qué forma fomentar la curiosidad de nuestra juventud, avasallada por información incesante que, a fuerza de sentirse disponible, acaba por obnubilar nuestro afán de conocer, en la falsa ilusión de poder, solos ante una pantalla, averiguarlo todo.  La información existe, es cierto. También existen la calle, la plaza, la escalinata, el palacio. Lo que, a fuerza de vacío, ha dejado de existir, es su sentido…

Por eso, ningún esfuerzo por ahondar en el conocimiento de lo propio, ningún afán por dilatar el valor de la buena lectura, ninguna obra que contribuya a difundir biografías y ejemplos en que nuestra historia es tan abundante cuanto es insuficiente el número de lectores, están de más.
Aunque tan a menudo la investigación, la escritura  nos parezcan tareas condenadas al anonadamiento por  ausencia de lectores, serán siempre para alguien,  bienvenidas. Y contribuirán a devolver su ser a aquellos personajes del pasado cuya gravitación en el presente dota a nuestra existencia de dignidad  y vigor, tan aminorados en el silencio y la ignorancia.

Tal es el caso del libro escrito por ese incansable investigador-difusor de la cultura ecuatoriana, el académico don Hernán Rodríguez Castelo. Para mostrar la grandeza de la figura de Aguirre Abad a los ecuatorianos de hoy, el académico ha escrito una biografía que la Academia Ecuatoriana publica en su colección Horizonte cultural, como número 2 de la Serie Senior: Francisco Xavier Aguirre Abad, el hombre y el escritor.

A propósito, traslado un breve resumen de la obra que hoy se presenta en la Casa de la Cultura de Guayaquil. “Francisco Xavier Aguirre Abad es uno de los guayaquileños más ilustres del siglo XIX. Nació en Baba, donde su padre tenía tierras, y por su nacimiento es gloria de Los Ríos. Pero su vida pública la hizo en Guayaquil”.

Aguirre Abad tuvo destacadísima actuación como político, como legislador, como diplomático y como historiador.

Como legislador, el país debe la Ley de Manumisión de Esclavos: él la preparó, la hizo aprobar en el Congreso y abogó por el impuesto que la haría efectiva, al votar un impuesto para la compra de esos esclavos. Para convencer a un Congreso, formado en gran parte por terratenientes dueños de esclavos, el legislador pronunció un discurso que es uno de los más notables del siglo XIX. En tal calidad,  Rodríguez Castelo lo incluyó en el tomo de Clásicos Ariel, que dedicó a Oradores del siglo XIX. El libro que el académico ha publicado con motivo de este bicentenario trae ese discurso en versión facsimilar. Fue el único de los discursos de Aguirre Abad que se publicó en vida de su autor y el impreso es rarísimo.

Aguirre Abad nació en 1808. Este año se cumple el bicentenario de su nacimiento.

Para honrar la memoria de Aguirre Abad, en este bicentenario, la Academia Ecuatoriana de la Lengua y la Casa de la Cultura Benjamín Carrión, Núcleo del Guayas, han organizado una sesión solemne, que se realizará en la Casa de la Cultura, hoy lunes 15 de diciembre, a las siete de la noche. Con esta sesión solemne, la Academia Ecuatoriana quiere honrar, en su propia ciudad, a quien fue su primer miembro guayaquileño.

En ella se presentará el libro citado que, siguiendo al gran hombre, aborda temas de enorme actualidad como la negociación de la deuda y la situación de una democracia amenazada por la dictadura y el militarismo. “Sería necesario en efecto haber vivido bien inútilmente en el mundo, sin tomarse el trabajo de examinarlo, para no saber como una verdad experimentada que casi siempre el despotismo tiene su origen en los excesos de la democracia”, escribió Aguirre Abad en su  Historia.  Y su penetrante obra histórica muestra que él nunca vivió inútilmente en el mundo, sin tomarse el trabajo de examinarlo. Rodríguez Castelo, con su reconocida competencia, tanto de historiador como de crítico literario, ha devuelto con su obra esta gran figura a la memoria viva del ecuatoriano de hoy.

Porque solo esa memoria viva puede salvarnos de nosotros mismos, y salvar a nuestros grandes personajes de su cosificación en el olvido. Felicitaciones al colega y amigo, y al Colegio Aguirre Abad, y a todo el Ecuador, en esta fecha.