Desde que visité Cuba hace unas semanas, he estado pensando sobre la agresión visual a nuestras vidas. Si uno toma un taxi neoyorquino, se enciende un televisor con su correspondiente bombardeo de noticias y anuncios. Cosas como el mirar por la ventanilla, observar la luz del sol proyectada en una pared, la sonrisa de un niño, el aliento de la ciudad, ya están pasadas de moda.









