Creí que por ser un acto auspiciado por el Gobierno sería el ejemplo del cambio que tanto pregona la famosa revolución ciudadana, pero tuvimos que esperar bajo el sol canicular hasta las 17:15 para poder ingresar recién al estadio. Había ya cerca de 500 personas solo en la localidad de golden box esperando ingresar; en lugar de abrir las cuatro puertas,  nos dividieron en cuatro filas y nos hacían pasar de 10 en 10 por fila. Ya en el interior esperamos  dos horas más. Empezó el concierto a las siete y cuarto de la noche; en los boletos decía que se iniciaría a las cuatro de la tarde.

Aparte de todo este caos, en el interior del estadio los vendedores hacían su agosto. Pregunto: ¿No es la Intendencia la encargada de regular los precios? Una botella de agua, que cuesta $ 0,25, la vendían en un dólar;  una cola de $ 0,35,  en dos dólares. Estoy de acuerdo con que los vendedores tienen que ganar un extra por llevar el producto, pero lo que hicieron fue delinquir a vista y paciencia de los policías.

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Señor Vicepresidente, es muy loable de su parte empezar una campaña por la alegría y sonreír, pero créame que después de estar en la fila dos horas y esperar después dos horas más para que se inicie, yo no tenía ningún motivo para sonreír; al igual que muchísimas personas a mi alrededor, sentí que me estaban faltando el respeto como ciudadana, como ser humano.

Es una lástima que un evento esté tan mal organizado. Aparte, cada receso duraba entre 20 y 30 minutos. Con mucha pena le dije a mi hija que nos teníamos que retirar sin ver al famoso Juanes, ya que eran las 00:30 y aún no se presentaba.

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Salí desmotivada, defraudada y con mucho coraje. Perdí 130 dólares por las dos entradas, ya que por la mala organización y falta de respeto al consumidor no pudimos ver al artista por el cual pagamos.

El eslogan del Gobierno: “Al mal tiempo, carita feliz”, que pregonaban los stickers que se repartieron desde la entrada, parecía que estaban anticipando el mal rato que nos iban a hacer pasar. Quisiera saber si hubieran tenido “carita feliz” al estar en mis zapatos.

Raquel Mármol Huerta,
Guayaquil