Como director, sin embargo, siempre ha demostrado ser mucho más interesante  (Generación X,  El insoportable, Zoolander),  Stiller retoma la apuesta de humor ácido, negro, medianamente inteligente y lleno de sarcasmo con una salvaje parodia al mundo del cine que le permite recuperar, ante mis ojos,  el rumbo de su errática carrera.

Una guerra de película  se mete con los clichés de los filmes de acción, los ejecutivos de Hollywood, las estrellas extravagantes y  entretelones del rodaje de superproducciones. Lo primero que hay que destacar es su valentía. Para ser una película de un estudio grande de Hollywood  (Dreamworks)  contiene una enorme dosis de humor crudo y políticamente incorrecto.

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Cine dentro del  cine, la cinta está plagada de intertextualidad, guiños al espectador o  alusiones a películas y personajes  de diversos géneros:  Apocalipsis now  y  Pelotón  son las más recordadas. Ben Stiller asume un rol basado en Schwarzenegger o Stallone, mientras que Jack Black es la versión blanca de Eddie Murphy (su último  hit es un filme sobre una familia de gordos que se tira gases todo el tiempo).

En cambio, el rol de Robert Downey Jr. sirve para  cualquier actor de carácter –De Niro, Al Pacino– llevado al extremo. Su personaje se hace una operación de pigmentación de piel para poder interpretar a un afroamericano.

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Es un ejemplo cabal de la idiotez de Hollywood, donde los ejecutivos (y actores) prefieren el nombre taquillero, aun cuando el papel no sea el apropiado.

Son las actuaciones de Downey Jr. y del irreconocible Tom Cruise las que arrancarán merecidísimos aplausos. Pero no lleguen tarde a la función, los tráileres  iniciales son muy importantes. Tampoco pierdan los créditos finales donde Cruise recrea el baile con el que se hizo famoso en su primera cinta Negocios riesgosos.  La música  es excelente.