| nalutagle@yahoo.comPara este famoso científico, su expedición en las profundidades de Galápagos también tuvo una enorme importancia. Estuve sentada frente a una consola que controla varias computadoras a la vez: una pantalla muestra un barco hundido a más de 4.000 metros de profundidad, nada menos que el Titanic; en otra se ven gusanos tubulares gigantes rodeados de burbujas y oscuridad; en la tercera se observa el exterior de un submarino que ha hecho historia, el Alvin.Estoy en el Mystic Aquarium Institute for Exploration (Connecticut, EE.UU.) en la oficina del doctor Robert Ballard. Él es un hombre alto y apuesto que no representa para nada sus casi setenta años; conserva la figura atlética de quien jugara básquet en la juventud, tenis toda la vida, además de ser buzo y de haberse sumergido a bordo de adorables minisubmarinos, a profundidades inimaginables. Ballard habla con entusiasmo, amable y claramente. Es obvia su pasión por enseñar lo que sabe; sin términos complicados describe descubrimientos científicos que han transformado nuestros conocimientos sobre la biología y la geología del planeta. Bob Ballard, como lo conocen, alcanzó fama cuando encontró en 1985, perdido por 73 años en el Atlántico norte, los restos del Titanic, en una misión conjunta con Francia. Pero como él mismo nos confesó: “El Titanic es un barco viejo que ya sabíamos que estaba allí; el descubrimiento que más me enorgullece es el de las fumarolas hidrotermales en la dorsal de Galápagos”. Y por supuesto, yo escucho Galápagos y me estremezco, él lo nota y sonríe coqueto. Comenta además que lo gracioso del caso es que no era eso lo que buscaban. Yo me atrevo a preguntar, mientras siento cómo me ruborizo y me tiemblan las manos “entonces, ¿qué era lo que buscaban?”. En GalápagosEn 1977, junto con un equipo de quince geólogos y geofísicos de varias instituciones (Woods Hole-Oregon State-Scripps-MIT), Ballard llegó a la dorsal de Galápagos (relieve submarino a lo largo del margen divergente entre la placa de Nazca y de Cocos) en busca de formas inusuales de terreno y complejos intercambios de calor entre las aguas frías del océano y lava recién extruida. En su lugar encontró inesperados oasis de vida, el equivalente biológico a descubrir un nuevo continente. Era la Expedición Hidrotermal de Galápagos a bordo de Knorr y Lulu, con Angus (minisubmarino a control remoto) y el famoso submarino para tres pasajeros Alvin. Ballard era el jefe científico de la expedición en conjunto con Dick von Herzen; su misión era coordinar el programa de buceo con Argus y Alvin y hacer que todos los talentos y recursos fueran aprovechados productivamente durante sus siete semanas en la dorsal submarina. A 3.000 metros de profundidad buscaban el misterioso proceso que “robaba” calor del fondo del mar, porque investigaciones anteriores habían reportado temperaturas inusualmente bajas para una dorsal oceánica. Y efectivamente se halló la explicación: el agua fría del océano penetra la corteza fisurada.Una vez en su interior se sobrecalienta alrededor de la cámara magmática que alimenta la dorsal, emergiendo luego a la superficie del fondo marino como fluidos hidrotermales cargados con sulfhídrico, hidrógeno, metano, manganeso y metales que le dan el aspecto de fumarolas negras. Y como en cualquier sistema de intercambio de calor, energía termal se pierde o es “robada” en el proceso. En la oscuridadSin embargo, lo fascinante del asunto fue descubrir un montón de organismos viviendo en oscuridad eterna, cuando hasta entonces se creía que la vida era posible únicamente gracias a la energía solar: primero la luz, luego las plantas que a través de la fotosíntesis producen materia orgánica de nutrientes inorgánicos (CO2), después los bichos que se alimentan de las plantas, y así sucesivamente.Pero a 3.000 metros de profundidad se toparon con almejas de medio metro y gusanos tubulares de hasta cuatro metros, nunca antes reportados, a más de mejillones de carne superroja, cangrejos blancos, una miríada de criaturas nuevas a la ciencia, comunidades que, como descubrirían posteriormente, dependen totalmente de bacterias quimiosintéticas para su alimento. Contrario a la fotosíntesis, en la quimiosíntesis realizada por las bacterias, la fuente de carbono vuelve a ser CO2, pero la fuente de energía es química, obtenida del sulfhídrico (H2S) y el metano (CH4) de las fumarolas negras. Estas bacterias viven libres y también en simbiosis con los animales.Bob y los demás especialistas en Ciencias de la Tierra de la expedición no lo podían creer. Además, no había un solo biólogo en el grupo, porque nadie esperaba que hubiera vida a esas profundidades. Ayudados de la mano exterior mecánica de Alvin colectaron los bichos más raros; tan poco preparados estaban para guardar especímenes de animales que terminaron conservándolos en ensaladeras y sartenes. A Ballard le brillaban los ojos mientras contaba los detalles de la expedición de Galápagos, de su respeto actual por las bacterias, que conforman el 25% de la biomasa de la Tierra, y que habitan en su mismo interior. “¿Qué se necesita para que haya vida?”, nos pregunta. “Solo agua y calor. Y Marte tiene agua, y sabemos que las temperaturas aumentan hacia el interior de ese planeta. Seguro estoy que si hacemos perforaciones profundas, encontraremos vida, encontraremos bacterias. Y qué decir de Europa, satélite de Júpiter, con océanos de 20.000 metros de profundidad?”, dice Ballard. La ‘capa Cousteau’“Hay tanto que investigar en los océanos. Apenas entendemos lo que se conoce como ‘La capa Cousteau’, los primeros 200 metros. Cuando la profundidad promedio del mar es 4.000 metros, ¿y qué de las fosas a más de 10.000 metros?”. Mientras Ballard habla y habla yo siento que por primera vez percibo la totalidad del concepto “explorador”. Esto es un Homo sapiens sapiens, de curiosidad innata, imparable, que nos repite: “Para hacer ciencia hay que librarse de prejuicios, estar abierto a cualquier posibilidad; hay que ir dispuesto a descubrir por primera vez, como recién nacidos”. Bob nos acompañó durante la visita a su instituto, donde abundan fotografías y videos de él y sus descubrimientos: la ciudad perdida (fumarolas blancas en el Atlántico), proyecto Jason, múltiples barcos hundidos de épocas varias. Podría parecer un hombre egocéntrico. Pero medito en que a ratos estas cosas son necesarias. Bob Ballard es un inspirador, por qué no utilizar su imagen, su trabajo para motivar a una juventud que carece de héroes de verdad. Y definitivamente él es mi héroe. Lo sigo con la mirada, trato de no perder ni una de sus palabras. Él nos acompañó por un par de días a bordo del barco donde navego rumbo a Nueva York. Compro tres de sus libros, pesadísimos, con la ilusión de que escriba mi nombre con una nota especial: del geólogo marino a otra geóloga. ¡Qué sé yo! Esas típicas cosas a las que una aspira secretamente de su héroe. Pero él, muy sonriente, firma mis volúmenes, me los devuelve igualmente sonriente, para continuar su conversación con otras personalidades del barco. Cuando abro las páginas descubro unos garabatos indescifrables. Claro, originalmente se me derrumba el ánimo. ¡Pero qué importa un autógrafo! Ha sido tan inspirador escuchar al doctor Ballard, tan refrescante. Y eso es lo que nuestro mundo necesita, inspiradores, exploradores, soñadores.