En mi libro Verónika decide morir, cuya historia transcurre en un hospital psiquiátrico, el director elabora una tesis acerca de un veneno indetectable que va contaminando el organismo con el paso de los años: el vitriolo. Al igual que el organismo segrega la libido (el líquido sexual que el doctor Freud identificó, pero que ningún laboratorio consiguió aislar jamás), el vitriolo se genera cuando un ser humano está bajo los efectos del miedo.