Islandia, una pequeña isla de 313.000 habitantes que no es miembro de la Unión Europea, era hasta ahora uno de los estados más ricos de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE). En los últimos diez años su economía creció un 4% anual, y en el 2004, en un 7,7%.

El liberal primer ministro islandés Geir Haarde es objeto de la cólera de sus compatriotas, indignados por la catástrofe financiera que nacionalizó a sus tres principales bancos, que representan nueve veces el Producto Interior Bruto (PIB).

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Este optimismo no es compartido por todos.  “Todos los días hay historias de personas que han perdido sus ahorros, que ven cómo sus bienes inmobiliarios se deprecian”, según Carlos Melgar, director de un hotel en Reikiavik y primer sudamericano que se instaló en el país hace 26 años.

El gobierno alarmó a sus vecinos europeos al pedir a Rusia  $ 5.400 millones que Moscú se declaró dispuesto a otorgar, en el primer préstamo que realiza a un país occidental. Además, Gran Bretaña desató su enojo en defensa de 300.000 ahorristas británicos con más de $ 6.000 millones congelados en bancos islandeses.