La huella de Bertolt Brecht aparece una vez más en las piezas teatrales de este actor y director guayaquileño. Dice que su dramaturgia lo trajo de vuelta a América Latina y al teatro. Dice que dirigir y actuar al mismo tiempo resulta “todo un despelote”. Pero funciona. Y aunque es complicado, disfruta haciéndolo más aún cuando esta pieza teatral lo seduce y lo conmueve hasta lo más íntimo. Santiago Roldós está emocionado con el estreno de su nueva obra: El viejo truco del círculo de tiza, una adaptación del Círculo de tiza caucasiano, de Bertolt Brecht, que a su vez toma el texto del Círculo de tiza, del chino Li Hsing-Tao. Es la primera vez que actúan fusionados: su agrupación, Muégano Teatro, y Arawa, para llevar al público una obra que tomó cerca de un año de ensayos. La obra, la de Li Hsing-Tao, plantea la disputa de dos madres por un niño. Para saber cuál es la verdadera progenitora, un juez hace una prueba: poner al niño en el círculo de tiza y que cada una de las mujeres agarre una mano del pequeño. Quien sea la madre verdadera tendrá la fuerza suficiente para sacar al niño del círculo. Se descubre cuál es cuando ella decide renunciar a él para que no sea maltratado. En la obra de Bertolt Brecht, es la madre de crianza quien lo suelta. En la adaptación de Santiago Roldós se mantiene la estructura de Brecht, aunque con cambios en el prólogo y en el escenario, que se torna imaginario, atemporal. El personaje principal es Grushe Perlaza, una empleada doméstica que es capaz de anteponer los intereses de los otros a los suyos y que demuestra que por encima del derecho de la sangre estará siempre el del amor. Eso es lo que más lo conmueve, dice Roldós: “La tensión, la oposición, el conflicto que hay entre el mundo del poder y el mundo de los afectos. En la obra de Brecht protagónicamente se discute la propiedad, el origen de la propiedad o, como me parece más exacto, la pertenencia, a qué pertenece uno, qué le incumbe de los otros”. En su obra, en cambio, se rescata también la posibilidad de la construcción de otra naturaleza, de la que uno se construye a sí mismo. Fue el mismo Santiago quien planteó a los grupos interpretar esta obra: primero por sus bases brechtianas (con Arawa había dirigido en el 2005 una lectura teatral con poemas del dramaturgo alemán y habían iniciado el estudio de su pensamiento); segundo, porque estaba enamorado de esa obra. “Me seduce más allá de lo que yo pueda poner en el mundo de la lógica y en el mundo de la argumentación racional”. Brecht y sus obras siempre están presentes en su entorno teatral. Su influencia se evidencia en las piezas que Santiago Roldós ha dirigido en el país, Ofelia Vol Fuego y Juguete cerca de la violencia. Ha sido como un profesor a través de otros guías. Se siente identificado con el dramaturgo alemán, aunque –dice– también suele tener grandes contrapuntos. “Estoy de acuerdo en lo más profundo, en lo más básico de sus propuestas, pero en muchos casos concretos no y me peleo mucho con él y por eso supongo que lo quiero tanto”. ¿Por qué siempre Brecht? Por una razón muy personal, responde él. “Yo tiendo a confundir la política con el teatro, es un problema que tengo y no deseo resolver. Creo que Brecht es un autor que padecía de la misma confusión”. También hay otro motivo de peso, cuenta. Cuando estuvo a punto de dejar por segunda vez el teatro porque no encontraba un horizonte, conocer a Brecht lo hace volver su mirada a América Latina. “Y de repente nos dimos cuenta de que Brecht era un poeta maldito en nuestra historia, porque nunca nos habían hablado de él. Mi profesor de dirección siempre se pasaba diciendo ‘ya van a ver cuando lleguemos a Bertolt Brecht, ya van a ver’, y nunca llegamos”. Es cuando decide entonces estudiarlo y empezar esa relación cercana con el dramaturgo. Fue en el año 2001. “Ya tenía algunos años haciendo teatro y yo era absolutamente analfabestia”, bromea él al referirse que no conocía a fondo la obra del alemán. La dramaturgia de Bertolt Brecht le aclara las dudas, le contesta sobre sus insatisfacciones, pero no con una definición sino como una provocación, “como una hipótesis de trabajo, como algo que abría otras interrogantes y que me abría el cerebro y me decía ponte a trabajar”. Los tres montajes que ha dirigido últimamente han tenido la influencia del alemán, pero aclara que nunca han sido montajes literales de las obras de Brecht sino dramaturgias suyas. La obra se presentará los viernes, sábados y domingos de octubre en Sarao, resultó difícil, sobre todo teniendo que desdoblarse entre actuar y dirigir. Son ocho actores en escena. Bromea muy a su estilo: “Es decir que son siete actores y yo”, que interpretan 38 personajes. Lo más duro fue mantener un equilibrio y un ritmo. porque el actor se tiene que autodirigir debido a la cantidad de personajes y por lo que pide la propia dramaturgia brechtiana, que –dice él– tiene un alto nivel de compromiso emocional y al mismo tiempo de objetividad. “Es una obra que mezcla una gran exactitud coral. Trabajamos mucho en este sentido en darle mucha importancia al coro, pero es un coro no a la manera de la tragedia griega ni de las comedias de Broadway sino a nuestra manera”. Brecht le importa como un insumo. Como un padre, que después de haberlo alimentado debe irse para que él pueda volverse su propio padre, del mismo modo que se vuelve su propio maestro. Considera que lo que ha hecho falta ha sido una cierta ética y estética brechtiana en el teatro de la ciudad y en sus realizadores. Pero ahora quiere ir más allá de la versión, de la adaptación, de la transformación de otro texto. Confiesa con una sonrisa cómplice que está “hasta la madre de Brecht” y que quiere hacer una dramaturgia propia, aunque el maestro del teatro le siga rondando de cerca. “Se necesita producir una dramaturgia y al mismo tiempo probar con otros dramaturgos, que curiosamente se conectan con Brecht”. Parece un círculo virtuoso. Sin salida. Imaginario. Profundo. Tal como el de tiza en su obra. (K.V.)