CANONIZACIÓN. Faltan 5 días. Penitencias, azotes, ayunos y crucifixión. Así, según la futura santa, expiaba los pecados del pueblo.

Era la persona que más usaba el reclinatorio en el beaterio del Patrocinio en Lima, Perú, a principios de junio de 1868.

A la noboleña Narcisa de Jesús Martillo Morán las religiosas le daban las llaves de la iglesia, porque era la que más oraba. Lo hacía por horas en las noches y también durante el día.

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Antes de acostarse se azotaba la espalda con látigos de púas metálicas hasta empapar el suelo de sangre. Todo el día usaba cilicios, unas cadenas de hierro también con púas, que ella llevaba ceñidas a su cintura.

También se colocaba en las sienes una corona de espinas. Luego se crucificaba. Colgada como Cristo, oraba cuatro horas diarias. Después descansaba un rato acostada sobre filosas puntas de acero.

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- ¿Qué ha pasado, Narcisa?, le preguntaba la madre superiora al verle el rostro pálido, amoratado y lleno de manchas.

- Un golpecito sin importancia. No es nada, su reverencia, contestaba ella con disimulo.

A diario tenía que dar explicaciones por las marcas en su cara. En su vida, las penitencias y las flagelaciones no eran un sacrificio, sino una forma de imitar a Jesús, decía el ya fallecido sacerdote Hugo Vázquez, autor de un libro sobre la Violeta de Nobol, que será declarada como santa por el papa Benedicto XVI este domingo.

La beata solía decir: “Estoy aprendiendo a morir”, refería sobre las penitencias que hacía para seguir el ejemplo de los sufrimientos que vivió Jesús. “Ella se enamoró de la pasión de Cristo”, decía Vázquez.

También imitaba a una de sus guías espirituales, a la santa quiteña Mariana de Jesús, personaje que influyó en la vida de Narcisa desde que la conoció a través de los libros. Narcisa incluso la superó en la rigurosidad de sus sacrificios.

“Narcisa se propuso imitar a Mariana de Jesús, y tanto le favoreció el Señor en esto que basta conocer la vida de Mariana para conocer la de Narcisa”, recalca Roberto Pazmiño, sacerdote y autor del libro religioso Narcisa de Jesús, una mujer de nuestro pueblo.

Narcisa fue discreta con sus penitencias. En su habitación, cuando sus hermanas dormían, se flagelaba, oraba o se crucificaba. Pazmiño evoca que por esa discreción se la conocía como La Violeta de Nobol, una flor escondida en el ramaje y que desde ahí emana su perfume.

Sus hermanas la espiaban por las hendiduras de su habitación. Sus vecinos en Nobol conversaban de lo que ella hacía y cuando salía la miraban. “Por eso se cambiaba de casa, siquiera en seis ocasiones”, recalca Pazmiño, un convencido de que la flagelación de Narcisa es consecuencia de una época en que la misma Iglesia puso en boga este tipo de penitencias para imitar la pasión de Jesús y expiar y desagraviar los pecados del pueblo, así como lo hizo Él.

“Ella quería lograr una unión con Cristo, tener el dominio de sus malas inclinaciones”, agrega el padre Carlos María Ayala, uno de los directores espirituales del Seminario de Guayaquil y sacerdote numerario del Opus Dei. Esta organización, elevada a Prelatura por el papa Juan Pablo II, refleja una de las líneas más conservadoras de la Iglesia católica, que aún mantiene la práctica de la flagelación. Ayala, por ejemplo, usa cilicios como penitencia. “Como confesor uno necesita completar la pasión de Cristo en carne propia”, afirma el sacerdote.

En cambio, la flagelación es una práctica poco común para la feligresía, que mira como santos a quienes se someten a este sacrificio y creen que es algo muy difícil de practicar entre los fieles. “Narcisa lo hacía porque era santa, cómo va a hacer uno eso”, opina Julia María Nieto, noboleña de 78 años.

Sin embargo hay devotos que afirman que sí se someterían a los sacrificios que hacía la beata. Líster Santos (35), oriundo de Colonche (Santa Elena), dice que su devoción le daría fuerzas para hacer esas penitencias.

En Nobol hay quienes han intentado seguir el ejemplo de  Narcisa. Cristina, una universitaria de 22 años, dice que recibió favores de ella y en agradecimiento usó cilicios y corona de espinas por casi cinco años, con intervalos. “Dormía con esos instrumentos, más cuando sentía deseos carnales y pensaba que era pecado”, dice.