En el Convento del Patrocinio hay vestigios del paso de la próxima santa ecuatoriana.
El apacible frío de la capital peruana contrasta con la calidez que se siente al momento de ingresar al Convento del Patrocinio, una antigua edificación situada junto a la histórica Alameda de los Descalzos, ícono de la identidad limeña.
Aquel sector, calificado como Patrimonio de la Humanidad, guarda un significado especial para los habitantes de Lima, pero encierra también una valiosa historia para el pueblo católico de Ecuador.
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Es una historia corta, pero intensa. Un relato que se remonta a 1868, cuando –de la mano del sacerdote franciscano Pedro Gual– una joven noboleña llega al barrio del Rímac, al Beaterio del Patrocinio, actualmente convertido en convento.
Con la intención de alcanzar un grado de relación mucho más íntima con Dios, Narcisa de Jesús Martillo Morán arriba a Lima procedente de Guayaquil, y en menos de dos años marca una huella imborrable en la memoria religiosa.
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Ese rastro indeleble está constituido por remembranzas, reseñas y anécdotas sobre la vida de la Violeta de Nobol, que se han transmitido por cuatro generaciones entre las hermanas Dominicas del Rosario, a cargo del convento desde 1914.
Sin embargo, no todos los recuerdos son intangibles. Las alusiones en torno a la vida de Narcisa de Jesús toman forma al ingresar a la cripta donde reposaron sus restos por 86 años (hasta 1955), antes de ser trasladados a Guayaquil.
Quince escalones conducen al espacio donde permaneció el cuerpo de la futura santa costeña. Dentro del lugar, el ambiente genera una sensación especial a sus visitantes. Es un entorno que incita al respeto, al hablar pausado y a escuchar cómo las palabras retumban en la ovalada y celeste cubierta de cemento.
Sobre una base de concreto, en un espacio de unos 25 metros cuadrados, aún permanece el cofre de madera donde fue colocado el cuerpo de Narcisa, en diciembre de 1869.
“Es de cedro, por eso se conserva”, dice Giovanna Llerena, una joven integrante de la congregación dominica, al tocar la oscura caja que se preserva en el salón y que está rodeada por figuras angelicales de cerámica e imágenes de la beata.
Pero más que en los objetos, el recuerdo de la noboleña vive en la memoria de las dominicas. “Las hermanas de mayor edad nos han contado que mientras Narcisa permaneció aquí eran muy frecuentes las jornadas de oración frente a su tumba”, refiere Llerena.
¿Por qué tanta devoción? La respuesta más contundente aparece en la voz de María Visitación Zuazu, una dominica española que se emociona hasta las lágrimas al hablar de la noboleña. “Su ejemplo de amor al prójimo, gentileza, caridad y dedicación a Dios la mantienen viva entre nosotros”.
Esas cualidades de Narcisa fueron notorias entre la comunidad de beatas con las que convivió durante su estadía en esa localidad, a fines de la década de 1860, una época de convulsiones para una Lima que intentaba recuperarse de la crisis socioeconómica generada tras la guerra de independencia, explica el historiador peruano Rafael Sánchez Concha.
A pesar del nivel de claustro en el que vivían las beatas, las noticias sobre el entorno político llegaban a oídos de las religiosas, quienes seguramente intercedían por la nación, comenta Sánchez Concha, quien también es investigador del catolicismo de Perú.
No obstante, al final de la década empieza la recuperación de Lima, identificada por el desarrollo de obras clave como la construcción de ferrocarriles, puentes y grandes edificios, en el gobierno de José Balta.
Pero a diferencia de la intensa actividad que se registraba en las calles, al interior del beaterio la vida transcurría tranquila. Sin prisas. Entre rezos y trabajos manuales. En esa constante búsqueda de la santidad, razón por la cual una docena de mujeres habitaban allí.
La jornada de las beatas empezaba muy temprano. Desde antes de las 06:00 ya estaban orando en el salón contiguo al Santuario de la Virgen de Patrocinio, templo que aún guarda elementos originales de su construcción, entre ellos la imagen de un Cristo crucificado y el confesionario con la inscripción “Medina”, apellido del sacerdote que guió espiritualmente a Narcisa en Lima.
“No tenían muchas actividades en conjunto”, cuenta la hermana Zuazu, la más acuciosa indagadora dominica de la vida de la Violeta de Nobol. Ese interés le permite afirmar que Narcisa dedicaba parte de su tiempo libre a asistir a las beatas de mayor edad, que requerían de cuidados especiales.
Giovanna Llerena señala que luego de cada jornada de oración las religiosas se retiraban a sus cuartos individuales, situados alrededor del patio central del convento, que aún presenta detalles del estilo colonial.
Al mediodía y a las 18:00 la intención de orar volvía a juntar a las beatas, esta vez en la iglesia, donde regularmente participaban de la eucaristía. Mientras, en las noches eran usuales las vigilias y la meditación personal en el departamento donde habitaban, dotado de cocina y baño.
Las labores de costura que efectuó Narcisa de Jesús en Guayaquil continuaron en la capital peruana. Coser encajes y elaborar dulces eran las actividades más practicadas por las beatas durante el claustro.
Fue en ese contexto donde se desenvolvió la próxima santa ecuatoriana, cuyo nombre e imagen hoy más que nunca se resaltan en cada pasillo del Convento del Patrocinio.
Ese espacio concentra ahora la atención, tanto como en aquel 8 de diciembre de 1869, cuando tras su fallecimiento (murió de fiebres, de acuerdo a su acta de defunción) todo el lugar fue impregnado con un perfume a rosas, según la narración de las religiosas que vivían en aquella época y que se transmite hasta la actualidad.
Las Dominicas del Rosario reconocen el valor histórico y espiritual de la presencia de Narcisa en el lugar donde ellas hoy habitan. Sin embargo, fuera de las paredes del que un día fue un reconocido beaterio, la imagen de la Violeta de Nobol pierde notoriedad.
La sencillez que matiza la historia de la beata ecuatoriana se ve enfrentada hoy a un ambiente al cual ella nunca estuvo acostumbrada.
Su figura y legado han empezado a salir del discreto Convento del Patrocinio para colocarse en la retina de millones de fieles, quienes por ahora miran fijamente a Roma y esperan con ansias la ceremonia de canonización.