| cicaza@eluniverso.comChaplin tuvo a Charlot. Mario Moreno a Cantinflas. El director Francois Truffaut a su copia carbón: el actor Jean Pierre Léaud. Algunos dirán que estoy elucubrando exageraciones. Para algunos, figuras icónicas de la historia del cine no deberían ser vinculadas a un revolucionario director de la Nueva Ola del cine francés en los años sesenta. Francois Truffaut falleció a los 52 años, en 1984, y su abrupta partida detuvo una obra cinematográfica que tenía la desbordante y lírica jovialidad de un realizador europeo que avanzó las formidables visiones de los grandes maestros de su vida cinéfila: Jean Renoir y Alfred Hitchcock. Pero, finalmente, el registro de su creación más personal ha sido visto últimamente en la Alianza Francesa de Guayaquil, donde cada martes se ha proyectado el ciclo Las aventuras de Antoine Doinel. En ese pequeño auditorio, una nueva generación ha podido descubrir lo que fue la más certera, intimista y creativa dramatización de la vida de un realizador cinematográfico que incorpora a sus películas las facetas de su propia vida y su personalidad, a través del protagonista en varias etapas de su existencia: su álter ego. En la legendaria Los 400 golpes (1959) nace Antoine Doinel con el actor Jean Pierre Léaud a los 14 años: la poética visualización del pequeño y rebelde adolescente, apasionado por las lecturas y el cine, que huye de un hogar roto y termina en un centro para delincuentes, donde en una escena histórica Antoine se confiesa frontalmente a la cámara, como si se tratara de un testimonio ante un noticiario. Los 400 golpes define un momento de ruptura con uno mismo, con la sociedad, con el paso de la inocencia a un mundo repleto de incongruencias e injusticias. Truffaut y Leaud encarnan esa simbiosis perfectamente y la película es ya un clásico del cine moderno. Empecinado en el personaje que encarnaba sus fantasmas personales, Truffaut lo trajo otra vez en el corto Antoine y Colette, como uno de los episodios de la película El amor a los veinte años (1962). Antoine es un joven despistado y soñador, sin un sendero claro en la gran urbe parisina. Esto continuó en la bellísima Besos robados (1968), donde Léaud es el Doinel que regresa de la conscripción exactamente igual: no hay una vocación, solo trabajos esporádicos de guardián y hasta de detective privado. Y llega el amor con Christine (Claude Jade), a pesar de las eróticas y divertidísimas irrupciones de Madame Fabienne (Delphine Seyrig). Las aventuras continuarán después en Domicilio conyugal (1970) y finalmente en Amor en fuga (1979), que cerrará el ciclo de Antoine Doinel con una revisión al pasado, tierna y melancólica. Truffaut nos habla de la vida, de sus vacíos y sus amarguras. Pero siempre hay el humor y los sueños de mundos desconocidos que finalmente se derrumban pero que nunca desaparecen del todo. Truffaut-Léaud nos integra a sus delirantes percepciones, como si fueran la misma persona. No recuerdo nada parecido a esto en otras películas. Y por encima de todo está la visión del gran autor cinematográfico que nos contagia su sensibilidad única: “Con razón o sin ella, el artista optimista parece un artista más grande o más útil a sus contemporáneos que el nihilista, que el desesperado” –decía– “siempre y cuando se trate no de un optimismo ingenuo, sino más bien de un pesimismo superado”.Domicilio Conyugal de Francois Truffaut se exhibe el martes a las 19h30 en la Alianza Francesa. Entrada libre.