La cinta de Eduardo Mendoza funciona porque lleva la humorada a un nivel primario. No suelo hacer referencias a la recaudación de una película porque la taquilla es irrelevante para la apreciación crítica. No es signo de su calidad ni indica sus deméritos. No obstante, en este caso esa información sí importa, al menos para cuestionarnos los números.
Y es que Mañana te cuento 2 se presentó como un intento de retomar, aprovechar y ampliar el éxito económico de la cinta precedente. El filme busca ubicarse en la calificación de comedia juvenil, película de persecución, aventura erótica, filme voyerista, reencuentro de parejas y thriller de suspenso; pero no llega a ser nada de eso.
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El relato va en zígzag, dejando en el trayecto la consistencia de los incidentes. El sexo prometido está presentado con chabacanería. Lejos de revestirme de puritanismo con mis comentarios, aclaro que las escenas con las esculturales Vanessa Jerí y Leysi Suárez tienen la hechura apresurada de algún sketch de programa cómico televisivo.
Ellas cumplen roles protagónicos, sin embargo entran en escena para exaltar las hormonas de los protagonistas (y del público masculino). La escena mejor cuidada es precisamente una de corte erótico. El acicalamiento de los cuerpos fragmentados por el encuadre, al estilo de Hiroshima mon amour; y luego desgastado en mil cintas de toda ralea, choca y chilla en el apresurado conjunto. En el cine importan los resultados y no las intenciones.
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Cada película tiene identidad y fisonomía porque es el resultado de un tratamiento expresivo individual. Lo que importa es la puesta en escena, que es como la huella dactilar: única, personal e intransferible. Y si bien la finalidad del cine no es transmitir valores, me pregunto frente a esa demostración de visiones particulares y formulación de cuestionamientos, que sí lo es: ¿el éxito taquillero será un punto a favor en este caso?