Durante su visita a Francia el papa Benedicto XVI defendió su adhesión a las prácticas litúrgicas antiguas como comunión de rodillas y misa en latín.
Los fundamentalistas, opuestos al Concilio Vaticano II, aunque están en minoría han ganado terreno y parecen tener en Roma un trato bastante favorable, lo que molesta a cierto número de obispos”, dijo el sacerdote jesuita Henri Madelin.
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En comparación con las misas celebradas por Juan Pablo II, que visitó Lourdes en el 2004, hubo más oraciones en latín. También se usaron objetos de aspecto más antiguo, como cálices y candelabros, durante la liturgia y que habían sido desechados después de las reformas de Vaticano II.
Durante las misas al aire libre celebradas el sábado en la explanada de los Inválidos en París, y el domingo en la pradera de Lourdes, el Papa optó por dar la comunión directamente en la boca de los fieles arrodillados, costumbre dejada de lado después del Vaticano II y que Benedicto XVI volvió a instaurar a comienzos del 2008.
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Esta práctica antigua, que siempre mantuvieron los tradicionalistas, fue desechada en la mayoría de las parroquias, donde la hostia es recibida de pie, en la mano o en la boca, según la opción de los fieles.
En Francia, el Papa llevó, como lo ha hecho desde fines del año pasado, un cayado pastoral coronado por una cruz que data de la época del papa Pío X (1846-1878), en reemplazo del que usaba Juan Pablo II, con un Cristo crucificado.
Esta vuelta al pasado en el terreno litúrgico es consecutiva a la llegada al Vaticano, en octubre del 2007, de un nuevo director de celebraciones litúrgicas, monseñor Guido Marini, quien afirma que se debe valorizar “el sentido del misterio” y de lo “sagrado”.
“La utilización de vestimentas litúrgicas que vienen de la época del concilio de Trento (1545-63) y de la “contra Reforma católica”, así como el retorno a detalles rituales dejados de lado después del Concilio “quieren destacar esta continuidad con las celebraciones que marcaron la vida de la Iglesia en el pasado”, dijo Marini.
En junio pasado, el Vaticano renunció a exigir explícitamente que los integristas reconocieran la libertad religiosa y la apertura a la sociedad que permitió el concilio Vaticano II.