| cicaza@eluniverso.comLa gran actriz británica protagoniza Lejos de ella, perceptiva y poética mirada sobre el Alzheimer y su impacto en una pareja. Las sorpresas cinéfilas tienen que ver con enfoques de nuevas generaciones a temas trillados y por lo general se enfoca a la rebeldía y los desacatos de la juventud. Es supremamente encomiable descubrir ahora a la actriz-directora canadiense de 29 años Sarah Polley en Lejos de ella, su primer largometraje. Lo relevante es que esta joven realizadora encuentra una manera ingeniosa y reflexiva para ofrecernos lo que en el cine moderno es casi algo vetado: el drama de una pareja de sesentones y la pérdida de la memoria. El otro acierto de la Polley es su actriz principal. Aquí la británica Julie Christie estuvo nominada al Oscar del año pasado como mejor actriz. A los 67 años, esta mujer trae consigo no solo una trayectoria de películas que acompañaron épocas determinantes para el cine, sino la sorprendente capacidad de acercarnos a vacíos impenetrables de la raza humana sin jamás despojarse de una dualidad clave para comprender –y sensibilizarnos– a  esas tragedias. En algunos momentos la cámara registra el rostro de la actriz con los mismos gloriosos encuadres que la convirtieron en el perfil icónico de los años sesenta en Darling, Doctor Zhivago, Lejos del mundanal ruido y Petulia. En la pantalla grande, Julie jamás podrá escaparse de nuestra retina. Lejos de ella podría ser catalogada injustamente como una “película de mujeres” y nunca debería ser así. Que la mitad de la audiencia mundial sea de hombres solo nos lleva a Grant, el otro protagonista, un profesor jubilado (el canadiense Gordon Pinsent) que no puede aceptar el alejamiento forzado de su esposa Fiona (Christie) y el deterioro de su rutina diaria en la villa donde viven sin hijos en medio de los largos inviernos de Ontario. Cuando él debe ponerla en una casa asistencial, la separación es obligatoria el primer mes y esto nunca ha sucedido entre ellos. Pero al mismo tiempo, la película nos conecta con el tema de una identidad deformada por actos del pasado cuya permanencia puede alejarnos y acercarnos de igual manera. La visión es simple y directa, visualizada realísticamente en las texturas invernales de estas vidas. En la casa asistencial, Fiona encuentra a Aubrey, un viejo compañero de su juventud (Michael Murphy), cuyo estado mental es mucho más crítico. Estas secuencias podrían ser deprimentes, pero la Polley las recoge a través de los ojos de Grant y su aceptación de la realidad, donde no vacilará en acudir a la esposa de Aubrey (Olimpia Dukakis) para que no retire a su marido del hospital. Es una historia desprovista de los sentimentalismos de estas películas. Esto tiene que ver con las estupendas caracterizaciones de la pareja central y diálogos de resplandecientes sutilezas. Así una enferma de Alzheimer puede enseñarnos algunas penetrantes ironías. “La gente quiere estar enamorada todo el tiempo”, dice Fiona con una sonrisa misteriosa. “No seamos tan exigentes”. Nunca estamos Lejos de ella porque Julie Christie no lo permite.