Los elementos esenciales de la trama, esto es, el rechazo a la vieja y fea mujer que solicita amparo al joven y engreído príncipe, subraya el peligro de la superficialidad. La vieja se transforma en una bella mujer que lo castiga convirtiéndolo en un monstruo y a sus sirvientes en objetos parlantes (tetera, candelabro, reloj y ropero). Solo el amor correspondido podrá romper el hechizo.
Con estos elementos clásicos de una mezcla de parábola bíblica enmarcada en un cuento de hadas del siglo XVII José Miguel Salem, director de Danzas Jazz, consiguió un teatro musical dinámico, fresco y apuntalado con la técnica clásica de su compañía. Esto le otorga un brillo especial que a veces no se ve en Broadway.
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La utilización de coloridos escenarios da la impresión de gran diversidad. La ropa es adecuada para la ambientación en una aldea de la época y existe un juego de colores con la escenificación.
El canto, especialmente con todos los extras en escena, tiene calidad y volumen.
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Bella, protagonizada por Nicole Rubira, es la chiquilla hermosa y “comelibros” que redime al monstruo al corresponderle a su amor, y así, viendo más allá de las apariencias, la bestia se convierte nuevamente en el apuesto príncipe que fuera encantado.
Con muchísimos detalles, como los telones dorados de Music Hall y un cancán francés que resulta divertido, la presentación le da hasta voz operática a un ropero.
La actuación, la voz y lenguaje corporal de este tipo de teatro requieren de sobreactuación.
No obstante, Nicole Rubira, la Bella, tiene un raro talento que le permite desenvolverse sin sobreactuar y con linda voz. Podría ser la actriz que necesita el Ecuador.