La novela del escritor Roberto Bolaño trae enlaces con visiones de la sociedad mundial en días de megaimpactos de Hollywood. Saliendo de una apabullante visión del último Batman hace poco, la noticia de que el resto de las copias no llegaron a tiempo para su estreno oficial, el viernes pasado, también tiene que ver con descalabros de pesadillas globalizadas que El caballero de la noche trae al público. "Soy un agente del caos", dice el Guasón, némesis del enmascarado héroe del filme del británico Christopher Nolan. La horripilante figura creada admirablemente por Heath Ledger se convierte en el símbolo de los tiempos actuales que en esta película parece doblegar cualquier esperanza. En sus dos horas y media, el filme logra su objetivo primordial. Nadie tiene tiempo para pensar en ninguna otra cosa que no sean las fatídicas imágenes que se han logrado plasmar en la pantalla grande, porque en cada esquina de la Ciudad Gótica se esconden los miedos que habitan en todas las latitudes. Terrorismo, crimen organizado, corrupción política y una duplicidad a todo nivel que solo nos transmiten violencia y ausencia de valores. Por eso descubrimos también al misterioso Dos Caras (Aaron Eckhart), otro de los protagonistas de un cómic que ahora entra a dimensiones apocalípticas. En medio de todo esto, Bruce Wayne-Batman (Christian Bale) encara su patética crisis vivencial. ¿De qué sirven sus anhelos y hazañas justicieras si el mal ya se ha apoderado del mundo? El Guasón se lo dice y se lo avienta contra su nariz suspendido de cabeza en el aire. No recuerdo a ningún otro héroe infantil que haya recogido tan crudamente las asfixiantes ansiedades de la sociedad actual. Ni sueñen en llevar sus hijos a esta hecatombe. Para los niños podría ser reconfortante el hecho de que al mismo tiempo de El caballero de la noche esté también Wall-E con nosotros, pero es imposible olvidar la primera sensación del maravilloso filme de Andrew Stanton. El mundo oscuro que habita este pequeño robot es el del año 2700. Ciudades abandonadas, contaminadas y sumergidas en basura reciclada, donde los únicos seres que se mueven son un pequeño robot y una cucaracha. Como buena fantasía de Disney vendrá un final feliz con el regreso de los antiguos habitantes de la Tierra, ahora convertidos en seres amorfos y obesos, después de una odisea espacial donde se alimentan de comida basura por años. Al cierre de esta columna estaré en la Universidad Católica, donde sorpresivamente habrá un conversatorio sobre la obra de Roberto Bolaño, el escritor chileno que ha acaparado la atención de la crítica mundial con la polémica de 2666, su novela póstuma publicada en el 2004. Allí Bolaño recrea prodigiosamente –en más de 1.200 páginas– los “modelos del espanto” con los cuales la sociedad moderna llega al final de un mortífero letargo donde lo único que se nos revierte es la presencia del azar, en toda su impenetrable magnitud y con todas sus letales consecuencias. Bolaño no hace una visión futurista, él habla del presente y el título de su obra es una alegoría hacia un futuro inimaginable, porque el infierno ya está aquí.