En la noche del 11 de julio el director francés Nicolás Krauze  inició la velada con la  Sinfonía Fantástica,  de Héctor Berlioz, obra difícil a   veces llena de  audacias en su escritura.  Exige de los solistas prestaciones especiales, sonidos voluntariamente encanallados del clarinete, aullidos de trombones al unísono, tres toques de campana (Berlioz quería una verdadera campana de iglesia), parodias grotescas del tema fúnebre Dies irae (Día de cólera) con sarcasmos de las cuerdas.