| hperez@ecua.net.ecEn su novela Austerlitz, Sebald nos sumerge lentamente en un mundo de recuerdos a medias y fantasmas envueltos en una neblina que parece tan densa como eterna”. En el poema Everness, que se encuentra en su libro de versos El otro, el mismo, Borges nos habla de la memoria como la única cosa de lo que podemos estar seguros que existe, y nos advierte que, como el universo, ella parece llena de “arduos corredores” que no tienen fin, cerrándose sus puertas a nuestro paso. El tema lo encontramos también en su cuento Funes, el memorioso (según Borges, “una larga metáfora del insomnio”). En el relato, la primera vez que el escritor argentino se encuentra con el joven Ireneo Funes, este goza de la asombrosa capacidad de saber con exactitud la hora en el momento que se lo inquiere, pero sin tener un reloj a la mano. Años más tarde, Borges encuentra de nuevo a Funes, pero esta vez está postrado a causa de un accidente que le ha provocado la increíble capacidad de recordar absolutamente todo, de no olvidarse de nada. Cada detalle Funes lo retiene en su memoria, y lo recuerda en toda su dimensión. Al final, Borges comprende que la prodigiosa capacidad de recordar de Funes era un obstáculo para que cultivara su pensamiento. (“Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos”). Quizás lo que le faltó a Funes es lo que le sobró a Proust, Kafka o Ingmar Bergman (o incluso al propio Borges...): la destreza de llevar sus recuerdos a las riberas de la literatura, el cine u otra expresión artística. La memoria ha sido probablemente uno de los protagonistas más inquietantes del último siglo. A los casos antes citados bien podrían añadirse otros como el del escritor alemán G. H. Sebald, quien hizo de la memoria, colectiva e individual, un tema central de sus obras. En su novela  Austerlitz (traducida por M. Sáenz. Anagrama), Sebald nos sumerge lentamente en un mundo de recuerdos a medias y fantasmas envueltos en una neblina que parece tan densa como eterna. Al igual que en la titánica obra de Proust, los objetos más ordinarios y las experiencias más triviales del pasado evocan una cadena interminable de recuerdos. Sin embargo, a diferencia del escritor francés, para Sebald estos recuerdos son fragmentarios, nada definidos y, en ciertos casos, hasta tenebrosos. En Austerlitz, la memoria es despertada al presente por objetos nada ordinarios como pueden ser una estación de tren, una casa abandonada o un tumbado deteriorado. El relato se inicia en una oscura nave de la estación de trenes de Amberes, donde el autor de la historia –presumiblemente el propio Sebald– se encuentra con un hombre rubio y joven que está concentrado tomando notas y haciendo dibujos en un cuaderno. El narrador lo observa con interés, se le acerca, entablan un diálogo, y  desde ese momento comienza entre ellos una relación que, con algunos altibajos, avanza por varios años. Joseph Austerlitz, que es el nombre del joven rubio, va haciendo sus revelaciones cada vez que el narrador de la novela se encuentra con él. Algo que sucede con intervalos largos y en lugares poco comunes. En cada uno de estos encuentros –los que ocurren a veces de forma inesperada– el lector va descubriendo algo inquietante sobre los episodios de la vida de este personaje que corren durante los oscuros años de la historia europea. Así, a pesar de que Austerlitz vive en Inglaterra, él no es inglés. Siendo niño tuvo que emigrar como refugiado a Gales, donde fue criado por el párroco y su esposa, dos personas muy tristes entre las que Austerlitz crece solitariamente. Sin embargo, años más tarde, cuando Austerlitz  descubre su verdadero origen y que en realidad su nombre había sido otro, así como su idioma y su patria, termina por comprender y aceptar ese sentimiento de desarraigo entre los seres humanos que venía arrastrándolo. Es la historia de un hombre ajeno, sin un hogar en la tierra, y de su viaje por ella que nos recuerda a La Odisea. Un hombre a quien se le ha  despojado de todo. Esta experiencia, Sebald nos la hace vivir con gran intensidad a través de una serie de profundas y sorprendentes reflexiones. A lo largo del libro, Sebald ha introducido una serie de fotografías de varios objetos, edificios y lugares, llenos de silencio y soledad, como los cuadros de Edward Hopper, algunos de los cuales guardan relación con el relato, pero otros no. G. H. Sebald nació en Alemania en 1944. Luego de terminar sus estudios universitarios en Suiza se radicó en Inglaterra, donde enseñó. Murió en el 2000 víctima de un fatal accidente automovilístico en el que logró salvarse su hija. Al español se han traducido varias de sus obras, como Vértigo, Los emigrados y los Anillos de Saturno. La lectura de esta última obra también la recomendamos.