| claramedina5@gmail.comEn www.elespectador.com, una página electrónica, un articulista comentaba que en el libro Ella y otras mujeres, el escritor brasileño Rubem Fonseca nos regalaba un reflejo de las mujeres único, personal y mordaz. “Todo lo que jamás quisiera leer una feminista, pero, aventuro, sí una mujer”, afirmaba. La frase me causó sorpresa, pero, sobre todo, me pareció patética. Tal como expone su idea, da a entender que todas las mujeres –excepto las feministas, según él– somos como un producto de fábrica: con exactamente las mismas características, los mismos intereses y curiosidades. Mujeres. Así, en plancha. Sin matices. Sin particularidades. Anécdota al margen, el comentario provocó que me interesara en este libro, que es la obra más reciente de Fonseca, el rey de la literatura detectivesca y policial en América Latina. Es un volumen de cuentos, de 198 páginas, que circula en el Ecuador editado en la colección La otra orilla del Grupo Editorial Norma. Es como un diccionario: va de la A a la Z. Incluye 27 cuentos, todos con nombres de mujeres. Desde Alice hasta Zezé. Las historias, a veces contadas por un narrador protagonista, pocas veces por ellas mismas, tienen como centro a un abanico de mujeres: profesoras, escritoras, mendigas, cleptómanas, ninfómanas, solteras, casadas, infieles. Con cuerpos espectaculares, gordas, jóvenes, viejas. Exitosas. Sin éxito. Creyentes. Ateas. Con su narrativa áspera y sin adornos, siempre contundente, Fonseca construye historias en las que estas mujeres son el centro. Las muestra en una infinidad de situaciones, bastante cotidianas, aunque casi siempre rodeadas de violencia. La narrativa de Fonseca es violenta, sin concesiones. Poco apta para quienes prefieren historias edulcoradas. La mayoría de las veces, estas mujeres están configuradas y narradas desde un punto de vista masculino (léase machista) o sobre estereotipos. A unas cuantas las hace vanidosas. “Además de ser un pecado, la vanidad es, de todos los riesgos, el que hace a la mujer más vulnerable”, dice uno de los personajes del cuento Joana. Y hay afirmaciones como: “solo las feas van a la iglesia”. Pero a la vez, en estos cuentos las hace también más dueñas de sus cuerpos.Todas viven su sexualidad sin culpas. Son provocadoras. Desinhibidas. Y, además, pueden almacenar tanta bondad como rencor, tanto amor como desprecio, lo que no es privativo de las mujeres. Quizá en este punto, Fonseca acierta en retratar la condición humana. En estos cuentos la muerte ronda, los asesinatos y los suicidios no son pocos. Es una literatura fuerte, sexual, con poca metáfora. Explícita. Todas las historias pasan por la alcoba. Pero ese es el estilo de este autor. El lector, al decidirse por uno de sus libros, sabe a lo que se puede enfrentar. Sus personajes pueden ser cínicos, incluso.No se le puede pedir a un escritor de ficciones que sea políticamente correcto. Que vele por la moral y las buenas costumbres. Recuerden si no, Lolita, ese clásico de Vladimir Nabokov. “Los escritores debemos tener la virtud de decir lo que es prohibido, ya sea de orden religioso, político, eso no importa, tenemos que decir lo que no puede ser dicho”, declaró alguna vez Fonseca, un autor ya octogenario, que pese a sus años sigue escribiendo con lucidez. ¿Pero son estos cuentos lo que una mujer quiere leer? Difícil responder sin caer en la generalidad, en esas afirmaciones que se hacen a nombre de un conglomerado, de un colectivo y no son sino una apreciación individual. De modo que mejor digo: no sé. Yo los leí. Y creo que no fue una pérdida de tiempo. Algunos los disfruté. Otros me parecieron anodinos. Fue una lectura que me permitió conocer algo más sobre los imaginarios que existen sobre las mujeres. Y volver a este maestro.