El Encuentro Internacional de Danza Fragmentos de Junio, que organizó en Guayaquil el Centro  Cultural Sarao, culmina esta noche.

Camino por el malecón voy pensando en el trabajo de Wilson Pico expuesto el pasado jueves en Fragmentos de Junio; de pronto, levanto la mirada y veo un hombre sumergido hasta la cintura en una de las piletas donde cuidadosamente cierne el agua y retira las hojas, una historia frágil, me digo.

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Avanzo en mi recorrido hacia el cerro con su escalinata numerada y reparo en la cantidad de placas y letreros, todos muy discretos, armonizando con el espacio:  Familia Norero Briones, ¿cuántas historias?,  Callejón del Tesoro… diviso a través del portal (hasta donde llegó la recuperación)  y miro los escombros, la basura acumulada y un tortuoso sendero que quién sabe a qué historias nos trasladan;  Bar Escondido, una escuadra de guardias que van instalándose para su trabajo, y ya en la cima del Santa Ana, la infaltable pareja romántica desafiando la ordenanza (¿verbal o escrita?) de no hacer demostraciones efusivas, no mucharse, diríamos en la Sierra.

Con certeza todos estos personajes, estos espacios son materia de ficción;  frágiles,  porque toda historia es finalmente,  frágil.  Así lo recrea el bailarín, así lo percibe este coreógrafo que viene construyendo incontables fábulas nacidas en la calle, en la vecindad,  en su entorno cercano;  referentes que en la escena se transforma en  sensibilidad universal y en poética particular.

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En algún momento señalaba que la danza de Pico no se ha caracterizado por la espectacularidad, su fortaleza ha estado en ese gesto social (usando el término brechtiano), de hecho su gran objetivo desde el momento que optó por la danza moderna   fue de construir el lenguaje clásico y al tiempo transformar en danza la acción cotidiana, en escritura precisa que a través del tiempo ha consolidado una poética que le pertenece y lo define. 

Wilson baila sin ostentación, dueño de un lenguaje estilizado retrata una galería de personajes que forman parte de su repertorio.

Me atrevo a decir que  Historias frágiles  hablan, además de ese imaginario;  de sus años, de su cuerpo, Pico aparece como un  performer, constantemente en la frontera del teatro y la danza, él no simula ser otro, es él mismo desempeñando el papel del otro. Esta es la clave para mantener al espectador atento, inmerso en su teatralidad a sabiendas de que nada “extraordinario” va a ocurrir, porque ¿qué más extraordinario que sobrevivir al margen?

De las tres historias puestas en escena sobresale  El cuarto de Don Lu,  trabajo en el que recoge toda una experiencia de vida, y aunque suene paradójico, intensamente dicha  con gesto minimalista, con ritmo que no decae. Sustentado en una dramaturgia clara, en una puesta en escena orgánica donde la música, la iluminación, las acciones aparentemente intrascendentes, como prender un radio en el escenario, cobran significado y suman a la fábula.

“Wilson Pico danza y gracias a Dios está suelto y endiablado”, dijo Ramón Sonnenholzner, mientras  Shuberth Ganchozo tocaba la trompeta de concha,  en el homenaje donde entregaron al coreógrafo la Garza Roja Vectora, por sus 40 años de danza.

BREVES

DESDE CUBA
En la última jornada del Festival Fragmentos de Junio, que se realiza hoy, se presenta el grupo Danza Abierta de Cuba, con la obra Chorus perpetus,  de la coreógrafa Marianela Boán, con música de  varios autores. La pieza  trata sobre el individuo  atado por el contexto, por los límites y las normas.  

EN SARAO
La función es a las 20:00, en el centro cultural Sarao (Kennedy Vieja, Primera Oeste 313 y avenida del Periodista). La entrada cuesta 10 dólares.