| hperez@ecua.net.ecEl escritor estadounidense se sumerge en la lucha crónica entre el hombre y su mortalidad. Un escritor francés recordaba en sus últimos días que todo lo malo que le había pasado le había ocurrido fuera de su casa, dejando entrever que probablemente bien hiciéramos en no salir de ella. Algo parecido quizás podría decir Nathan Zuckerman, el legendario personaje y álter ego (¿o álter escritor?) de Philip Roth en su última novela Sale el espectro (Trad. Jordi Fibla. Mondadori. Barcelona. 2007). Zuckerman ha pasado once años viviendo en una pequeña casa de campo en las montañas de los Berkshires, ubicadas al oeste de Massachussets, en el corazón de la Nueva Inglaterra. Solo, sin televisión, sin internet, sin compañía. Dedicado exclusivamente a escribir y escribir. Un par de veces a la semana baja de la montaña para ir a la lavandería y comprar provisiones, en ocasiones para adquirir calcetines o usar la biblioteca de una universidad cercana. “Cuando se publican mis libros, mantengo absoluta reserva. Escribo todos los días de la semana… Me tienta la idea de no publicar nada… ¿No es el trabajo todo lo que necesito, el trabajo y su proceso? ¿Qué importa ya si soy incontinente e impotente?”. Precisamente por esta incontinencia –producto de un cáncer a la próstata– es que Nathan viaja a Nueva York, ciudad que había abandonado por la quietud rural de las montañas. Hay una lejana posibilidad de superar su problema urinario mediante una técnica nueva. IntercambiosY es allí cuando salen los fantasmas de la modernidad norteamericana al encuentro de Zuckerman para zarandearlo implacablemente al punto de que en cosa de una semana decide regresar “allí donde nunca tendría que entrar en colisión con nadie ni codiciar nada ni ser alguien, convenciendo a la gente de esto de aquello y buscando un papel en el drama de [su] época”. Al recorrer las calles de Nueva York –como Rip Van Winkle al regreso de su largo sueño, en la historia de Washington Irving– Zuckerman entabla tres relaciones que terminarán por devorarlo. La primera es con una joven pareja que había puesto un aviso en el New York Review of Books solicitando intercambiar por unos meses su departamento ubicado en Upper West Side “lleno de libros”, con algún cottage rural preferiblemente en Nueva Inglaterra. Zuckerman se siente atraído por la posibilidad y visita de inmediato a la pareja para llegar a un acuerdo.Sin embargo, Zuckerman terminará deseando intercambiar algo más que sus domicilios, deseará intercambiar su soledad por el desafío erótico que representa la joven, Jaime, cuyo atractivo le hace volver a cuanto creía haber dejado atrás: la intimidad, el juego de la seducción, la presencia del cuerpo. El otro vínculo será con un personaje que conoció en su juventud, Amy Ballette, compañera e inspiradora de E. I. Lonoff, un escritor a quien Zuckerman gusta considerar como su padre literario. Irresistiblemente atractiva en el pasado, Amy ahora es una anciana consumida por la enfermedad. Zuckerman le confiesa que cincuenta años atrás la conoció en la casa de campo de su héroe literario. Ella ha perdido ahora su belleza, su ímpetu. Sobrevive haciendo traducciones, casi en la miseria. Su refugio seguro es el recuerdo de lo mucho que Lonoff hizo por la literatura, a pesar del poco reconocimiento que tuvo en sus días por la crítica. (“Si yo tuviera un poder como el de Stalin, no lo dilapidaría silenciando a los escritores imaginativos. Silenciaría a quienes escriben sobre escritores imaginativos. Prohibiría todo debate público sobre literatura (…) Dejaría a los lectores a solas con los libros, para abordarlos como les pareciese por sí mismos…”). Un largo peregrinajeEl tercer encuentro lo tendrá con Richard Kliman, un joven impetuoso, un “sabueso” literario que busca el estrellato escribiendo una biografía sobre Lonoff. Para ello Kliman –al que Zuckerman en el fondo parece envidiar– no se detendrá en nada. Se ha propuesto hacer público un supuesto “secreto” del gran escritor, a pesar de la oposición de Zuckerman y Amy. La novela está sumergida en una reflexión sobre la lucha crónica entre el hombre y su mortalidad, sus deseos desbordantes y su cuerpo que se deteriora. En su conflicto con Kliman, por ejemplo, Zuckerman concluye que no podrá vencer a este “salvaje con salud, y armado hasta los dientes con el tiempo”. Una hermosa expresión (lo banal de estar “armado hasta los dientes” con un concepto abstracto como el “tiempo”) que refleja tiene esa tensión, y que tiene eco de otras novelas de Roth: las dos puertas del ser, una siempre abriéndose, la otra siempre cerrándose. Tal es el caso, por ejemplo, de Elegía (Trad. Jordi Fibla. Mondadori. Barcelona. 2006), cuya lectura también recomendamos. Roth ha declarado que con esta novela cierra el largo peregrinaje de Nathan Zuckerman, un personaje que ha estado presente en muchas de sus obras. Luego de vivir en Nueva York, Roma, Chicago, Roth se ha radicado ahora en Connecticut. Es autor de varias novelas, entre las que se destacan, Pastoral americana, La conjura contra América y La mancha humana. Roth es el único escritor estadounidense vivo que tiene publicada toda su obra por la prestigiosa Library of America.