| cicaza@eluniverso.comEl séptimo EDOC trajo vibrantes visiones locales e internacionales que lo convierten en uno de los eventos culturales más relevantes del país. Lo difícil –por no decir imposible– es verlo todo. En Guayaquil hubo más de cuarenta largometrajes de los setenta exhibidos en Quito. Llegaron algunos directores y la afluencia del público guayaquileño, tanto en Supercines de Los Ceibos como en la Alianza Francesa, fue importante. Sigo pensando que los organizadores deberían darnos más oportunidades de ver algunas películas, porque todas se exhiben solo una vez en un lapso de diez días. Por encima de todo, la séptima edición de los Encuentros del Otro Cine demuestra el extraordinario desarrollo de una cultura cinematográfica en Ecuador que ya está redundando en la formación de una “identidad cinéfila” altamente necesaria. Muchos de estos logros tienen que ver por el apoyo del grupo Ochoymedio a una actividad programativa extremadamente quijotesca, en latitudes localistas donde hay que romper –no, mejor digamos enterrar– esa burocracia estatal abyecta que solo redunda en trabajos descontinuados y mediocridades. Debería seguir en esto, pero aquí es más importante celebrar algunos de los documentales que jamás podríamos haber visto –ni siquiera en DVD pirateados– si el EDOC no realizara su evento anual. No puedo hablar de los “mejores” porque solo vi ocho. Septiembres, del español Carlos Bosch, introdujo algo sorprendente en las visiones carcelarias: en medio de un concurso musical entre los presidiarios surge un mundo escondido que inunda la pantalla de comprensión y ternura, palabras desconocidas en historias de este género. Y todo es real: a pesar de que estamos con drogadictos, ladrones y prostitutas, lo que Septiembres rescata es su otra cara, una de muy adentro que nos contagia de las realidades de unas vidas oscuras donde siempre existirá la esperanza. De la misma manera, el uruguayo Gonzalo Arijón realiza un trabajo titánico en Vengo de un avión que cayó en las montañas, la visión supremamente verídica de la odisea de los jóvenes uruguayos que sobrevivieron el accidente aéreo en los Andes chilenos en 1972. Con los testimonios de ellos en la actualidad, el documental visualiza su odisea espiritual narrada en documentales y grabaciones de la época, junto con el conmovedor retorno al sitio de la tragedia, acompañados de hijos y familiares de los fallecidos. Es un trabajo de gran fuerza emotiva. En territorios nacionales dudo mucho que haya otro impacto igual al de Después de la neblina, realizada por las estadounidenses Anne Slick y Danielle Bernstein. Con una lírica dirección fotográfica, la película ilumina la resistencia de los pobladores de Junín, en Cotacachi, contra las compañías mineras transnacionales que podría significar la destrucción de sus vidas –literalmente– en manos de fuerzas paramilitares. En momentos, esto parece una Batalla de Argelia con actores reales. Con enfoques urbanos, A imagen y semejanza, de la novel documentalista guayaquileña Diana Varas, puso en vitrina la realidad subterránea de los travestis, transexuales y transgéneros, con un ritmo frenético que integra a sus protagonistas en una denuncia visceral contra la intolerancia actual. En un trabajo periodístico más conservador, Galo Betancourt recrea melancólicamente los mundos perdidos de legendarios campeones de box en el Quito de los años sesenta de Golpe a golpe.