| cicaza@eluniverso.comEl compositor italiano que musicalizó algunas obras maestras del cine sublimó el mundo de las fantasías y los recuerdos de Federico Fellini”. Para un joven amigo de mi hija las melodías más conocidas de Nino Rota se vinculan directamente a su tema central de El Padrino (1972), pero conmigo el asunto es mucho más íntimo. Hablar de la música de este hombre es como remontarme a diferentes etapas de mi vida cinéfila, que es casi lo mismo que hablar de mi propia vida. Tanto así que en una triste mañana sabatina de abril de 1979 yo leía el periódico en mi hamaca playera y el titular de una pequeña noticia me dejó petrificado: ‘Muere compositor de Fellini’ Lo único que pude hacer es dirigirme a la oficina de correos y enviar un telegrama a Federico Fellini en los estudios de Cinecittá, Roma. Tratar de poner en palabras lo que la música de Rota había significado era imposible en esos momentos, porque realmente mis primeras pasiones cinematográficas fueron orquestadas por este milanés nacido en 1911 que ahora forma parte crucial del canon cinematográfico mundial. Días después recibí una increíble sorpresa: un cálido telegrama de agradecimiento al "Gentile signore Ycaza" firmado por Fellini. Está enmarcado entre muchos libros de cine en mi casa. En sus eclécticos y prodigiosos andares musicales, Nino Rota nunca dejó su escuela clásica, formada en conservatorios italianos desde su niñez y años más tarde bajo la tutela de nada menos que Arturo Toscanini. Creador de operetas y sonatas desde los 10 años, su carrera musical no tuvo fronteras, porque las sinfonías se intercalaban con oratorios, ballets, óperas, piezas para piano y obras de cámara. El music-hall era una obsesión y quizás por eso se incorporó así a los inicios de la carrera de Federico Fellini ("Fefé" para el músico amigo), quien no concebía una creación cinematográfica sin sentarse previamente al piano con Rota en el teclado, susurrándole los sueños y las fantasías que deseaba poner en imágenes. Los guiones eran secundarios, lo que importaba era narrar musicalmente vibraciones, actitudes, sentimientos. Fue una fusión celestial. La imaginería particular y personalísima de Fellini era recogida por el compositor para formar hilos melódicos que se integraban perfectamente no solo con ese peculiar universo felliniesco (la palabra fue patentada después por los críticos mundiales), sino con los propósitos medulares de sus creaciones, las emociones que las películas irradiaban y que se integraron a las creaciones de Rota en una marejada que llegaba al corazón. No existía nunca esa sensiblería romanticona que invadía las películas de entonces. Lo de Fellini y Rota eran lazos espirituales que el arte integraba maravillosamente. Algo recuerdo de ese Concierto soirée para piano que se iba a escuchar este viernes en la interpretación de la Orquesta Sinfónica de Guayaquil para el Festival de Música Clásica Italiana y que lastimosamente no se pudo dar por retrasos burocráticos con las partituras. En muchos de los conciertos de Rota se reconocen melodías de lo que hizo en el cine. Sus notas eran circulares y se conectan misteriosamente, como la música de los sueños, de nuestras fantasías, de nuestros recuerdos, de los seres que se fueron y que nos acompañan siempre. Nada es tan inolvidable como la escena final de Amarcord (1972) y la melancólica tonada de Rota interpretada en el acordeón por un viejo ciego que ameniza la boda de Gradisca (Magaly Noel). Ella es la solterona del pueblo que solo soñaba en casarse con los galanes que veía en el cine, pero el novio es un gendarme cincuentón calvo y gordo, en un pequeño y humilde ritual matrimonial celebrado en una campiña desolada. Sí; los sueños terminan, pero Fellini y Rota los recogen para sublimarlos en la eternidad por la fuerza de su creación. Para ellos esto es lo único valedero.