Lejos de la sanción moral, hay un rédito económico. Juguemos a la verdad, a cambio de un buen cheque. Transfórmenlo en espectáculo.

El concursante, con su llanto liberador –como diría Andrés Jungbluth–, es lo de menos. Lo que estremece  es pensar en que la TV ahora asume el papel que antes era del confesor (para los católicos), de cualquier clase de sacerdote, de psicólogo o hasta de los esposos o esposas. Y lo que toca lo vuelve formato, show, rating, y de por medio el dinero.

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En ‘El momento de la verdad’, las ventanas se han abierto. ¿Quién da más? ¿Quién tiene el secreto más gordo? ¿Creen que funcionaría si se trae a los banqueros prófugos a que cuenten cuánto mismo se llevaron y cómo lo hicieron?

Como sociedad necesitamos decirnos la verdad, planteaba Ecuavisa en sus promocionales.

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Es muy cierto que existe mucha hipocresía y doble moral conviviendo entre nosotros. Lo que no está muy claro es si llevar al set a un tipo y darle dinero para que confiese sus pecados entre llantos sea la mejor forma de comenzar a encontrar la ruta hacia nuestras verdades.