La actriz Michelle Pfeiffer cumplió ayer 50 años.

Ella posee tres candidaturas al Oscar, una figura envidiable, una mirada que desarma a cualquiera y uno de los rostros más bellos del cine.

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Envuelta en un vestido rojo, cantando Making Whoopee y contoneándose de forma sinuosa sobre un piano de cola ante la arrebatada mirada de Jeff Bridges para The Fabulous Baker Boys (1989), o disfrazada de mujer-gato en Batman Returns (1992), Pfeiffer ha dejado papeles que son ya historia del celuloide.

Desde la comedia al drama, pasando por la acción, el suspenso e incluso el terror, esta musa todoterreno es una figura clave del cine de EE.UU. en los últimos 25 años, aunque hoy disfruta de la vida familiar que aparta solo ocasionalmente para trabajar en películas que realmente le atraen.

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Ese legado empezó a forjarse desde muy abajo, aunque las raíces suizas, suecas, alemanas y holandesas de esta californiana hicieron de ella un coctel explosivo que le deparó el título de Miss Orange County con 20 años. Sus primeros papeles fueron en anuncios de televisión o en cintas de escaso presupuesto y menor calidad, después llegaron una amplia lista de roles que la dieron a conocer, no solo como una buena actriz, sino como una mujer bella.

Brian De Palma la contrató para su clásica Scarface, en la que encarnó al objeto de deseo del gánster Tony Montana, al que dio vida Al Pacino, con quien volvería a coincidir en la romántica Frankie and Johnny (1991), un filme infravalorado en sus respectivas carreras.