Diversas opiniones hemos venido leyendo sobre la renuncia del presidente de Cuba, Fidel Castro, en cuanto a que si la esto posibilita que en ese país empiecen a generarse cambios para mejorar la actual situación de la isla.

Varios estratos sociales que no vacilan en plantear sus demandas se encuentran en total descontento y malestar debido a las consecuencias de la crisis económica. Los correligionarios del Gobierno son defensores acérrimos del orden instituido caracterizado por un rígido intervencionismo estatal, intolerancia de los derechos humanos y dura represión que se ejerce sobre los opositores –la mayoría de sus dirigentes exiliados en el extranjero– condiciones que han creado hábitos de corrupción que llegan hasta las altas esferas y, aunque son conocidas, se toleran.

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Fidel Castro tuvo como político y estadista una visión bastante deformada de la realidad, cuyas condiciones no eran ni mucho menos las de una gran potencia y que lo colocaron en desventaja en el mercado internacional, sin embargo, Cuba ha  conseguido notables resultados en educación erradicando el analfabetismo y salud. El pueblo cubano se ve enfrentado a una gigantesca tarea de reconstrucción que permita pasar a vivir en una sociedad de carencia a vivir en una sociedad de consumo.

En cuanto a las heridas morales que resultan difíciles de cuantificar, queda todo un inmenso rastro de lutos, encarcelamientos y exilios, acciones que fueron desaprobadas por la comunidad internacional y organismos defensores de los derechos humanos. Es atribuible en este caso la frase sapientísima de Fidel Castro: “El poder no me interesa. Después de la victoria quiero regresar a mi pueblo y continuar mi carrera como abogado” (1957). Sin embargo, la historia es diferente.

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Álex León Ramírez,
abogado, Guayaquil