Un mes después de que el escritor Ernest Hemingway muriera (se suicidó de un balazo el 2 de julio de 1961, en su cabaña de Sun Valley, Idaho, EE.UU.), su viuda, Mary Welsh, volvió a Cuba –país donde el autor residió con ella o con sus anteriores esposas y escribió sus más famosos libros– y regaló al Estado la casa en la que habitaban: la finca Vigía, una edificación de finales del siglo XIX que se levanta en el poblado de San Francisco de Paula, a 25 kilómetros al este de La Habana, y que está flanqueada por árboles y plantas de diversas especies (ficus, ceibos, mangos, orquídeas, pandanos, palmas reales) que forman una abundante vegetación. La extensión total del lugar es de cuatro hectáreas.
Esta casa, que Hemingway alquiló en 1939 y que en 1940 compró al francés Roger Joseph D’orn Duchamp con el dinero que recibió por los derechos de filmación de su novela Por quién doblan las campanas, es desde 1962 un museo. Un espacio que recibe la visita de miles de turistas de todo el mundo, que desean conocer de cerca el universo del Nobel de Literatura 1954 y autor de las célebres obras El viejo y el mar, Adiós a las armas y otras, así como comprender su devoción por esta isla, a la que llegó por primera vez en 1928, con 29 años (Hemingway vino al mundo el 21 de julio de 1899 en Oak Park, Illinois, EE.UU.) y frecuentó hasta 1960. Allí escribió, bebió, hizo amigos. Y compartió con personalidades como Gary Cooper, Ava Gardner y Jean Paul Sartre.
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Hemingway forma parte de la historia cultural y bohemia de la isla. Son famosos, por ejemplo, el bar El Floridita, donde el novelista solía tomar un daiquirí; el hotel Ambos mundos, en cuyas habitaciones se hospedaba; o la Bodeguita del medio, bar restaurante al que acudía a beberse un mojito (trago típico cubano hecho a base de hierbabuena y ron), en el centro histórico de La Habana; o Cojímar, un pequeño puerto de pescadores y en el que ahora se erige un monumento en su memoria.
La casa conserva, cuentan los guías, la decoración que tenía en la época que estuvo habitada por el autor, y también todas sus pertenencias: cientos o miles de libros, discos, pinturas de reconocidos artistas (entre ellos Pablo Picasso) y algunos objetos diseñados por Mary Welsh, la cuarta y última esposa de Hemingway, o adquiridos en los múltiples viajes; muebles y enseres como la máquina marca Royal en la que escribía (lo hacía de pie), y sus trofeos de caza, actividad a la que el escritor y periodista (fue corresponsal de guerra) era especialmente aficionado, junto con la pesca.
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Adheridas a la pared se conservan cabezas disecadas de búfalos y kudúes, animales que incluyó en su narrativa y que cazó en África o Estados Unidos. Todo luce como lo dejó en vida este hombre, aficionado a la tauromaquia y padre de tres hijos: John, Patrick y Gregory, de los que hay algunas fotografías.
Están la biblioteca, el escritorio y el cuarto de trabajo del escritor. Junto a la casa, en una torre, también hay libros y un escritorio, en el que Hemingway escribía cuando necesitaba más tranquilidad. Y encallado en el patio, cerca de la piscina, que es una de las primeras que hubo en Cuba, está el Pilar, un yate de roble que él mandó a construir en 1934. En este pescaba y recorría los mares. Hay espacio, asimismo, para un cementerio, en el que yacen los restos de cuatro de los perros del novelista, que además llegó a tener más de 60 gatos. En las lápidas se leen los nombres: Black, Negrita, Linda y Nerón.
La de Hemingway es una casa de hormigón, que fue sometida a restauración y aún hoy se realizan algunos trabajos. Ingresar a esta, recorrer cada una de las habitaciones, no está permitido. El visitante debe mirar desde el exterior, asomándose a las puertas y ventanas. En el interior, sin embargo, pueden verse, sentadas o recorriendo el lugar, unas cuantas personas: son las veladoras de este legado.
En el cuarto de baño está un anaquel con libros y una balanza, en la que diariamente Hemingway controlaba su peso de una manera obsesiva. En la pared hacía anotaciones, que aun se conservan. Es una casa que está hasta con la mesa puesta, como a la espera de invitados. Da la sensación de que de un momento a otro aparecerá su propietario y tal vez pregunte: ¿Me buscan?
BREVES
CÓMO LLEGAR
Aunque hay buses que llevan hasta allí, los turistas generalmente se trasladan en taxi. El recorrido toma unos 25 ó 30 minutos. El precio de la carrera, como en Guayaquil, se negocia.
COSTOS
La entrada cuesta 3 pesos convertibles (un peso convertible, que es la moneda creada en Cuba para el turista, cuesta $ 1,25). Por cada cámara fotográfica que se ingrese se deben pagar cinco pesos.
RECUERDOS
En la parte exterior hay una tienda de souvenirs; se pueden hallar camisetas, jarros, campanillas, etcétera.