Dijeron que los guayaquileños hablan como caminan: rapidísimo. Aseguraron que pronuncian las palabras sin pronunciar: “Como que quieren y no quieren hablar”.   Que dicen “Pecsi” y no “Pepsi”, “veinte  dólar” y no  “veinte dólares”, “internec” en vez de  “internet”, “écsito” en lugar de “éxito”.  En fin, aquel grupo de quiteños sentados en la sala de espera de un aeropuerto del Oriente ecuatoriano parecía dictar cátedra sobre cómo identificar a “un mono guayaco de un mono manaba o esmeraldeño”.    

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Definitivamente hay situaciones que resultan mejor verlas de lejos para analizarlas con objetividad. Es difícil que un guayaquileño pueda enlistar las principales características de su  lenguaje, sin embargo, un rápido paseo por la ciudad permite percibir mejor su idiosincrasia lingüística. Adentrarse en ese mundo alejado del cantadito propio de la Sierra para conocer de cerca el ‘deje’ costeño.

De Extremadura a Guayaquil
Nuestro español vino de nuestros conquistadores españoles, pero no del mismo sitio, relata el historiador Rodolfo Pérez Pimentel. “El habla de los guayaquileños viene del imperio andaluz.  En el año  711, los conquistadores de Extremadura  nos trajeron las naranjas y los limones, pero  también nos dejaron el habla. Un habla que no está contaminada con  quichuismo (que proviene del quichua)”.

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Extremadura, comunidad  autónoma española, limita  con Castilla y León, con Andalucía y con Portugal. De allá viene el hablar guayaco. Sencillo, suave, no rasgado, según  Pérez. De pocas palabras en diminutivo (acá evitan decir regalito, papelito, agendita) y abriendo bien la boca. “En 1868, la reina Isabel II de España quedó tan admirada por  el acento de la guayaquileña Carmen Tola de Avilés que decidió ponerla de lectora oficial. Lo consideraba un acento neutral, distinto a cualquiera escuchado antes”.  

Obviamente dicho acento fue mutando con los distintos acentos y modismos de gente de otras ciudades que  migraron  al puerto principal.   Situación repetida en cada rincón del Ecuador. O como lo dijera Joaquín Gallegos Lara en 1930 en fragmentos de sus 24 cuentos del cholo y el montubio: “Se va por el barranco la raza montubia”.

De ashudas
Ivanna López, argentina, catedrática de Idioma de la Universidad Casa Grande, se introduce en los dialectos antes de emprender el tema.   “A veces mis alumnos me preguntan por qué hablo diferente a ellos, entonces les pregunto por qué ellos y los de la Sierra hablan distinto. Algunas respuestas son pintorescas como esa de que por el frío en la Sierra abren menos la boca. Eso significaría que en Groenlandia, al norte de Europa o en la Patagonia, todos serían mudos, pues por  tener un frío intenso no podrían articular sonido”.
      
Según esta profesora, la gente habla de acuerdo con la zona donde reside y el contexto que le ha tocado vivir.  Por ello es erróneo asegurar que todos los guayaquileños hablan igual o todos los quiteños también. “Los españoles nos colonizaron pero nos dejaron la lengua de cristianos, aunque nunca  pudieron quitarnos el acento cargado de ‘ese’ de los quechua ni el acento de los huancavilca, el sustrato indígena que pervive. El serrano habla de esa manera porque en su raíz más profunda sigue el quichua, en cambio en la Costa predomina el huancavilca”.

En el mundo lingüístico, según López, está reconocida la neutralidad del acento del ecuatoriano de la Costa. ¿Por qué cuando un  guayaquileño va  a Colombia, Argentina, España, al cabo de 20 días vuelve hablando como colombiano, argentino o español?:  “A veces no es voluntario, simplemente se les pega, ya que los acentos de otros países son más fuertes, con mayores rasgos distintivos que el español del guayaquileño”.
 
Los porteños se caracterizan por la ausencia de ‘cantado’ al hablar, sin embargo, existen amplias diferencias entre la forma de hablar de una persona de alta alcurnia con las de un vendedor callejero. Diferencias que implican desconocimiento de la manera correcta de pronunciar.  El  que dice “veinte dólar” quizás no sabe que lo correcto es “veinte dólares”, el que pronuncia “écsito” tal vez desconoce que es “éxito”.
             
La idiosincrasia lingüística del ‘mono’ guayaco le hace decir que el cabello se corta “chiquito” cuando debería ser “cortito”. Que el clima está “rico” cuando debería ser “agradable”. Que una falda es “alta” cuando lo correcto es  “corta”. No pide prestado sino que “presta” cuando en realidad se refiere a que es él quien pedirá prestado.

Arrastrando las letras
Para Piedad Villavicencio, columnista de ‘La esquina del idioma’, de EL UNIVERSO, la mayoría de  guayaquileños habla  rápido, muchos  esmeraldeños usan  la terminación ‘ao’, los campesinos de Los Ríos pronuncian la ‘ere’ como ‘ele’ y neutralizan la ‘de’ en posición final de palabra (veldá por verdad). 

“No todos los guayaquileños omiten la ‘ese’ o la ‘pe’ al hablar. El pronunciar bien, aplicar correctamente el plural o emplear muletillas depende de la circunstancia geográfica, la institución donde el hablante aprendió el idioma, el lugar donde habita y se relaciona con otras personas; también del nivel socioeconómico y cultural al que pertenezca”.

Ya lo dijo Gabriel García Márquez: “Si estoy en Colombia, el mejor español es el colombiano. Si estoy en Chile, el mejor español es el chileno. Si estoy en Ecuador, el mejor español es el ecuatoriano”... y el guayaquileño, el quiteño, el mantense y el cuencano.