Al polifacético artista neoyorquino y a su banda, liderada por el carismático Eddy Davis al banyo, se les nota que lo pasan bien tocando juntos y que llevan mucho tiempo compartiendo su entusiasmo por el antiguo jazz, la misma música que suena en las películas del autor de Manhattan.
Arropado por buenos instrumentistas, Allen consiguió contagiar ese entusiasmo a las más de 1.600 personas que acudieron a escucharlo al Palacio de Festivales y que lo despidieron con un caluroso aplauso tras algo menos de dos horas de concierto, rematado por dos bises.
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El director, actor, guionista, escritor y clarinetista ocasional se dirigió a los espectadores en dos oportunidades. Él ha viajado a Europa acompañado por su familia, llevó la música que le apasiona a Santander, después de actuar en Barcelona, San Sebastián y La Coruña.
Su amor por el jazz de Nueva Orleans nació cuando aún era un adolescente del Bronx aficionado a los deportes y, sobre todo, a los trucos de magia. A los 13 años se quedó fascinado por el sonido del saxo del legendario Sidney Bechet y a los 15 ya tocaba el clarinete.
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Desde entonces practica a diario. Su cita con el Michael Pubs, que cerró sus puertas en 1997, se convirtió también en ineludible, hasta el punto de que la esgrimió como excusa para no acudir a la entrega de los Oscar de 1978.
Cuando este local fue clausurado, Allen y su grupo se trasladaron a otra parte: el café del Hotel Carlyle de Manhattan. El autor de Annie Hall no se ha cansado de repetir que él no es más que un músico aficionado aunque su agenda internacional de conciertos no ha dejado de crecer en los últimos años y la gira europea actual es la más extensa que ha emprendido hasta el momento.