Todos la conocemos, pero pocos aceptamos que también la experimentamos en algún momento de nuestra vida. La diferencia entre unos y otros está en las dosis que la aplican, en su intensidad y las circunstancias adversas.

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Se trata de la envidia. Un sentimiento que nace cuando se desea intensamente poseer algo que tiene otra persona y siempre ha sido catalogada como una emoción especialmente maligna y destructiva, según la psicóloga clínica y orientadora Rosita Sánchez Laserna.

A pesar de saber que es negativa y dañina, algunas personas continúan sientiéndola por toda clase de cosas y no solo por las materiales. Tal es así, que llegan a transformarla en una emoción muy dolorosa que contiene a menudo elementos de ira, codicia, odio, celos, resentimiento, coraje, incompetencia y soledad.

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Al ser destructiva e irracional corroe el alma de quien la experimenta, por eso el envidioso actúa con maldad, sobre todo, cuando se convierte en una obsesión por querer conseguir lo que otro posee, sin importar la forma o lo que tenga que hacer para obtenerlo.

“Si bien es muy difícil detectar qué tan destructiva es la envidia en quien la manifiesta, ya que existen numerosas formas de negarla o suprimirla, es fácil detectarla por los comentarios, reacciones emocionales y conductas envidiosas, porque a la larga saldrán en evidencia”, agrega Sánchez.

Asimismo, la envidia puede causar en el envidioso gastritis (inflamación del estómago), depresiones, destrucción de las relaciones familiares y, sobre todo, el no vivir una vida propia por estar pendiente de la ajena.

Para la psicóloga clínica Paquita Brito, la envidia puede nacer en cualquier momento, porque es un sentimiento humano propio de las personas que no fueron debidamente criadas en un ambiente de tranquilidad, amor, con sentimientos positivos y de lucha.

Incluso va aumentando cuando se tienen deseos de obtener algo y por algún motivo no lo  consigue, más aún si ve que un amigo, compañero, vecino o parientes tienen mayor capacidad y lo van dejando de lado.

O cuando quieren tener todo el poder y ven que existen focos brillantes con los cuales no se puede luchar directamente con la capacidad sino con la destrucción. “Es importante saber que el envidioso siempre quiere obtener el poder de quien está en un cargo más alto y al no tenerlo empieza a desprestigiarlo o a buscar mecanismos negativos y destructivos para que no brille”, agrega Brito.

En un artículo sobre ‘La psicología de la envidia’, el doctor Cecilio Panigua indica que la envidia “es un eco de los sentimientos de inferioridad y rivalidad sufridos por el niño durante su desarrollo psicológico, con padres y hermanos, lo que explica su universalidad e irracional”.

Posibilidad creativa
Aunque las manifestaciones de la envidia pueden resultar sumamente dañinas, para Sánchez contiene las semillas de la posibilidad creativa, nos impulsa a conseguir muchas de las metas que nos proponemos en la vida.

Para alguien puede resultar en un potencial que ayuda a estimular el desarrollo personal, la consecución de objetivos y logros, la realización de deseos y lo que nos impulsa a ganar dinero, posición social, habilidades, entre otras.

Si bien no hay una envidia positiva en el contexto porque siempre es destructiva, Brito asegura que el vulgo a través del tiempo ha dicho que existe la envidia sana. “Cuando, por ejemplo, se admira el hecho de que un amigo se compró una casa, que posee una mujer honesta, que una compañera de trabajo tiene un marido ejemplar o unos hijos sobresalientes, entre otros”.

Si este tipo de “envidia sana” se emplea para progresar en el sentido de llegar a ser tan buena persona, buen profesional o un buen cónyuge es posible aceptarla.

Pero si no es así va a llegar el momento en que el envidioso se bloquea, aniquila e incapacita y sus actos no serán constructivos. Además, se convertirá en una persona infeliz y nunca tendrá un sentimiento de plenitud porque siempre habrá algo que está envidiando tener.

Sacarle provecho
Si las personas creen que la envidia que sienten es de la buena, entonces hay que sacarle provecho. La forma de hacerlo, según Sánchez, es potencializándonos como personas capaces de conseguir todo lo que nos propongamos sin hacer daño a nadie, pues si pudo otro, por qué no yo. “Esto puede llevar a la consecución de logros, que si no fuera por ese sentimiento de envidia no los hubiera obtenido”, dice.

De niños se puede enseñar a los hijos a que no se avergüencen de ninguno de sus sentimientos, incluida la envidia. Es importante que la puedan reconocer y hablar abiertamente del porqué la sienten para no tenerla que negar o suprimir, de esta manera se la podrá encaminar de manera positiva. Ellos solo saben que se sienten incómodos, afligidos o con malestar, pero desconocen qué hacer con estos sentimientos.

Así que la única manera de enseñarles a tener una “envidia sana” es hablar de ella normalmente, sin estigmatizarla, sin avergonzarse de ella. Pero sí hay que encauzarla para que sea realmente un potencializador para el niño sin hacerse daño él ni a nadie.