¡Qué triste no poder leer a Doris Lessing! ¡Ninguna de sus novelas en las librerías ecuatorianas! ¡Nada, ni una obra de la última Premio Nobel de Literatura! ¡Nada de una de las figuras más relevantes de la literatura inglesa y considerada un clásico de la literatura contemporánea!
Habrá que conformarse con lo que de ella se dice en internet (¡menos mal que existe ese recurso!) o con la descripción que hace J.M. Coetzee de ella en su libro de ensayos Costas extrañas, (ensayos, 1986-1999) donde cuenta que a Lessing la llamaban Lady Tigger en la escuela, haciendo referencia al juguetón y saltarín personaje de Winnie Pooh pues, al parecer, era el alma de toda fiesta, alta, torpe y de buen ánimo.
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Y eso que a Coetzee no parece simpatizarle mucho su colega. A propósito de la autobiografía de Lessing, Coetzee señala que destina mucho tiempo a hablar de política y observa que la escritora, ex militante del partido comunista, siente desprecio de lo llamado políticamente correcto, cuyos orígenes se remontan a ese mismo partido.
De ella sabemos que tiene 87 años y que Alfred y Emily, la novela que acaba de escribir, probablemente será la última. Sabemos también que ha sido eterna candidata al Premio Nobel y que esa historia ya la aburría. Sabemos también que se la considera bastión del feminismo, desde el aparecimiento de su Cuaderno dorado, un libro de 1.000 páginas, definido por algunos como “la biblia del feminismo”.
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En las fotografías que han aparecido de ella, a propósito del Premio Nobel de Literatura, diría cualquiera que la Lessing es una viejita adorable. Al leer las entrevistas que se han publicado, la imagen empieza a cambiar: la viejita adorable ha sido una dama de hierro, implacable, dura, de mente brillante y con un tremendo historial de vida.
A decir de Marianne Ponsford, de la revista Arcadia, la Lessing es “odiosa, antipática, retadora, seca y una de las inteligencias más admirables de nuestro tiempo”. Según ella, ese carácter debe responder al paisaje de su infancia: Lessing nació en 1919, en Kermanshah, Persia, actual Irán. Su padre se desempeñó como oficial del ejército británico y fue víctima de la Primera Guerra Mundial, donde perdió una pierna.
Cuando tenía seis años su familia se trasladó a Rhodesia (hoy Zimbabue), donde ella pasó su infancia y juventud. En Sudáfrica descubrió la discriminación racial. Se dice que tuvo muy mala relación con su madre, una mujer autoritaria, y que eso la llevó a dejar los estudios y huir de casa.
En sus relaciones amorosas no le fue muy bien. A los 36 años volvió a Londres e inició su carrera como escritora. Un año después publicó su novela Canta la hierba. Entonces empieza en serio a escribir. Y escribe de la guerra. De la discriminación. De la mujer. Del desasosiego.
Lessing ha sido una mujer activista, pero no ingenua. Fue testigo de la segregación racial, del auge de la ilusión comunista, de la derrota de Hitler y del estalinismo, así como de la revolución sexual y el movimiento feminista. Es decir, ha sido una de esas testigos de los grandes momentos del siglo XX y en su obra aquello está plasmado.
Por cierto, ahora critica al feminismo y a todo lo que huela a militancias. ¿Qué significó el movimiento feminista?, le preguntan en El País de España. Lessing contesta que “las que más se beneficiaron de este movimiento fueron las mujeres del ámbito profesional, no las mujeres de las clases trabajadoras ni las que viven en el Tercer Mundo. Las mujeres que no tenían ideología política pero que sí eran feministas fueron ignoradas e incluso insultadas. Si se las hubiera implicado en ese movimiento, entonces sí que hubiéramos tenido resultados positivos. Y lo que es peor, se rechazó y se insultó a muchísimas mujeres que tenían niños. Fue muy negativo”.
Lo mismo hace con las izquierdas, porque ahora la adorable viejecilla es también vieja sabia... Dice haber estado enceguecida con la militancia.
Hoy, con los años, Lessing tiene otra mirada sobre la década del sesenta, tan fascinante para algunos. “Hubo una revolución sexual y todo el mundo se lo pasó muy bien, pero no cambió nada. Fueron años de droga y eso tuvo efectos negativos, gente que se suicidó o acabó en hospitales mentales. Hubo mucho sentimentalismo, aunque yo no comparto el punto de vista romántico de esos años. Mis amigos jóvenes me dicen que eso se debe a que soy vieja y a que estoy un poco amargada. Me pregunto ahora por qué esa generación, la más privilegiada de todas, tuvo tantísimos problemas. El feminismo surgió como un movimiento un tanto explosivo en los sesenta. Había detrás mucha energía. Pero creo que se trataba de un movimiento político, y cuando se implican aspectos políticos, sobre todo de la izquierda, surgen divisiones, traiciones, abusos y esto es lo que ocurrió”.
Que recaiga sobre ella el Nobel es cosa que han aplaudido muchos. Pero no han faltado las críticas, empezando porque ha caído el premio nuevamente sobre un autor de lengua inglesa (ya tenemos a Harold Pinter, el anterior Nobel). Para el crítico estadounidense Harold Bloom, Doris Lessing, al comienzo de su carrera, tuvo algunas cualidades admirables, “pero su trabajo en los últimos quince años es un ladrillo... ciencia ficción de cuarta categoría”.
¡Qué triste que no podamos leer a Lessing ahora! ¡Habrá que llenarse de paciencia y esperar a que lleguen reediciones de sus obras a estos lugares remotos, ya sea para caminar con aquella viejita adorable, para aborrecerla con libros que se caen de las manos dándole la razón a Bloom, pero no para ignorarla, porque, sumando lo que de ella sabemos, no sería justo ignorar a Doris Lessing!
DICE LA AUTORA
DORIS LESSING
“Las que más se beneficiaron de este movimiento (feminista) fueron las mujeres del ámbito profesional”.