En las décadas del cuarenta y cincuenta del siglo pasado,  los Viernes Santos en los templos  católicos había el Sermón de las Siete Palabras para rememorar la Pasión de Cristo. Era costumbre que a las 15:00 ‘mueran’ las campanas, pues a esa misma hora expiró Jesús.

En La Merced se ‘resucitaba’ a las campanas así: en una tabla  de unos 20 cm de largo por 20 cm de ancho, rectangular en la parte inferior y curva en la superior, se dejaba un espacio para colocarle unas agarraderas iguales a las que tenían las maletas de los conscriptos.

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Listo el aparato, se lo movía para que el choque de las agarraderas contra la tabla emita un sonido especial. Por ello los feligreses le decían matraca.

Los del catecismo íbamos con la matraca al norte hasta Mendiburo; por el sur hasta Nueve de Octubre; y de este a oeste, de Malecón a Boyacá.

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El sonido reemplazaba el repicar de las campanas ‘muertas’, para  convocar al Sermón de la Agonía a partir de las 17:00 y otros actos religiosos.