Desde una percusión menor que alterna exóticos instrumentos africanos hasta un cajón chileno para música folclórica, toda la propuesta musical de este grupo es fuera de lo común.

Emulando o acogiendo el estilo de grandes jazzistas a nivel mundial, como fue Miles Davis, tocaron un bloque sólido de música sin pausa y sin tocar “otra”. Esta es la manera apropiada de presentar una propuesta y no simplemente “canciones”.

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Arrancando con un inconfundible sabor brasileño, esta música flotadora entrelaza sonidos aparentemente incompatibles como el cajón y un piano Melódica con buen efecto y confirma la aptitud de Dueñas para componer, arreglar y tocar. Alternando teclados con el piano Melódica y con una guitarra eléctrica cada vez más protagónica, la música aumenta en velocidad e intensidad explorando “atmósferas”  menos contemplativas y más concretas.

Es así que llegan a un rock de mucho ritmo para luego retornar a un lirismo en el que asoma la línea melódica de Idilio, que por un chispazo ofrece un elemento reconocible a la “retina auditiva” del espectador.

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De repente el agresivo charrasqueo y luego punteo de la guitarra española intercambiando con la percusión del cajón nos transportan a las más hermosas visiones del folclore andaluz.

Hacia el final del viaje musical, el piano Melódica en manos de Dueñas adquiere un sonido parecido al de un bandoneón con reminiscencias de aquella música sublime e infinita que es el tango. Entonces al finalizar el recital, a ratos soñador y a ratos intenso y agresivo, queda la sensación de haber escuchado música adulta  muy bien propuesta y ejecutada.

Da la casualidad de que este original trío se conoció y agrupó en una iglesia evangélica, en la más pura tradición de lo que ocurre con la música negra de Estados Unidos.