Que si en orden alfabético, que si del más grande al más pequeño, que si por temas... que si ordenadas, que si desordenadas... Alberto Manguel (Buenos Aires, 1948) encuentra, en La biblioteca de  noche, algo más que libros y estanterías... encuentra un motivo para el ensayo en el complejo mundo de los libros.

El autor empieza preguntándose sobre  el sentido del ser humano de acumular fragmentos, rollos, libros y chips, en un estante tras otro, empeñado en conferir al mundo una  apariencia de sentido y de orden a sabiendas de que  esos esfuerzos están condenados al fracaso. No encuentra una respuesta. Pero la búsqueda de explicaciones a tan inaudito hecho le lleva a hurgar en recónditas estanterías y encontrarle sentido a ese afán por acumular palabra, conocimiento, ciencia.

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Manguel empieza por descubrir, en su propia biblioteca, que los libros son más generosos que quien los acumula... ellos no piden nada, pero nos revelan, día a día, sus misterios, nos acompañan, nos ayudan, nos abren puertas. Y nosotros, cómodos lectores, encontramos un espacio para ellos.

La biblioteca como mito, como orden, como espacio, como sombra, como forma, como azar, como olvido... Manguel, en esta publicación ganadora del premio Grinzane Cavour 2007, encuentra no uno sino varios sentidos a la biblioteca, protagonista central de  esta obra, y para ello se remite a la historia: “lo único que quedó de una biblioteca ateniense  es una inscripción que dice: los horarios de atención son de la primera  a la sexta hora y está prohibido sustraer obras de las bibliotecas”.

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El recorrido de Manguel por el mundo de las estanterías va desde la íntima estancia de un escritor en donde  están todos sus fantasmas, hasta la biblioteca pública, aquella que guarda libros hasta el infinito, aquellas en donde se camina en sigilo y donde  está prohibido hablar en voz alta.

Están aquellas desordenadas bibliotecas donde se acumulan, en un orden muy particular, sueños, vivencias y experiencias, así como están las emblemáticas bibliotecas del Congreso de Estados Unidos, de Alejandría, la nacional de Francia o la del Museo Británico. Y todas ellas están, como espacios simbólicos.

Para el autor, detrás del aparente orden (o desorden) que reina en el espacio dedicado a los libros, se tejen relaciones que vinculan a los libros entre sí y a estos, con el destino de cada lector.

Y es en la noche, ahí, donde no se ven las palabras, que los libros y el silencio develan su propia existencia: “Durante  el día, en la biblioteca reina el orden (...) La estructura de la biblioteca es evidente: un laberinto de líneas rectas, no para perderse sino para encontrar (...) Pero de noche, el ambiente cambia”.

Por supuesto, entre los libros y sus dueños, entre quienes los escriben y quienes los poseen y también quienes los inventan, lo que Manguel quiere  es hacer un homenaje a los libros, a la lectura, a los lectores y a los escritores... está Lewis Carroll y la biblioteca de Alicia en el país de las maravillas o aquel libro sin fin que Borges esconde  en la estantería de una biblioteca pública o Umberto Eco, para quien la biblioteca es un lugar propicio para los hallazgos. La biblioteca de El Quijote, la de George Eliot, la que  el Capitán Nemo muestra en Veinte mil leguas de viaje submarino o la biblioteca del Conde Drácula... aparecen entre las bibliotecas imaginarias que cita el autor argentino.

“De día o de noche, sin embargo, mi biblioteca es un territorio privado, muy distinto de una biblioteca pública, grande o pequeña, y diferente también de  esas bibliotecas electrónicas fantasmagóricas acerca de cuya famosa universalidad sigo abrigando un escepticismo moderado. La geografía y costumbres de cada una de  ellas son diferentes, aunque las tres tienen en común la voluntad explícita de armonizar nuestro conocimiento y nuestra imaginación, de agrupar y parcelar la información, de reunir en un lugar nuestra experiencia indirecta del mundo y de excluir, al mismo tiempo, las experiencias de otros muchos lectores, por tacañería, ignorancia, incapacidad o temor”.

Manguel, que quiso ser bibliotecario desde joven, no quiere hacer ni un manual sobre bibliotecología ni una historia de las bibliotecas. Más bien quiere mostrar su pasión por los libros, una pasión erudita y a la vez, amena, sobre aquellos lugares “gratamente disparatados” seducido por su “lógica laberíntica” según insiste en su texto.

Por supuesto, Manguel también sabe que hay quienes jamás han pisado una y tampoco está entre sus planes.

Está perfectamente consciente de que para algunos, tal vez para la mayoría, las bibliotecas no son entidad viviente sino molesto almacén, un gran depósito de inservibles y pesados objetos inútiles. Algo de heroico tiene entonces Manguel, que  encuentra todos los  sentidos en la infinidad, en la  acumulación y hasta en la imposibilidad de leer todo lo que se debería leer.

La publicación (Grupo Editorial Norma) se complementa con ilustraciones, grabados, fotos, facsímiles y documentos. ¿Qué sacó en claro el autor con este  ensayo, de  este  encuentro con sus libros y con el lugar que los acoge? ¿Para qué esa búsqueda de sentido en este recorrido? “Consolación”, responde el propio autor.