Pero una relectura que salte el obstáculo del Dávila más conocido y festejado en el Ecuador, aquel del Boletín y elegía de las mitas, para aventurarnos por sus últimos libros adjetivados como herméticos y que se constituyen, a partir de los comentarios de Carrión, en una tiniebla luminosa, paradoja de la poesía contemporánea. Se trata de los libros En un lugar no identificado (1962), Conexiones de tierra (1964), La corteza embrujada (1966) y Poesía de El Gran Todo en Polvo (1967).
Estamos ante un momento en el que el poeta cuencano abandona los referentes locales, regionales, nacionales, en “una búsqueda del absoluto” (¿la palabra?) “que lo llevó a abandonar los temas localistas de sus poemas más celebrados y lo acercó temáticamente a referentes muy poco conocidos por sus lectores ecuatorianos”; o a lo que podría leerse como la ausencia de referentes.
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El ensayo crítico de Carrión, editado por la Universidad Católica del Ecuador, comienza con un recorrido por las dificultades de la crítica sobre el último Dávila Andrade, sus textos finales tantas veces desechados por “incomprensibles” o “indescifrables”, adjudicados supuestamente a los estudios sobre orientalismo emprendidos por el poeta de manera más intensa durante su autoexilio en Venezuela, hasta su trágica muerte; supuestos orientalismos que llevan a los críticos a negar el valor de la escritura poética misma, adjudicándola a simples ecos de filosofías para ellos desconocidas.
Y en ese recorrido, el autor va subrayando también momentos en que críticos como Diego Araujo, Jorge Dávila o Vladimiro Rivas se han acercado al oscuro “sinsentido” del periodo final, para desembocar en dos análisis, particularmente iluminadores, de María Augusta Vintimilla e Iván Carvajal.
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Y siguiendo las reflexiones de Vintimilla, César Carrión afirma que toda poesía tiene cierto grado de oscuridad: algo de su sentido siempre se escapa, y esa deficiencia justifica cada nueva lectura. Quizás en vez de hermetismo debería hablarse de enigma; en vez de misterio, de adivinanza; y en vez de ininteligibilidad, de sensibilidad, como formas legítimas de conocimiento.
Y es que, como comenta el alemán Hugo Fredrich, ampliamente citado en el ensayo de Carrión, la poesía moderna, desde Mallarmé, Rimbaud y Lautremont, es un viaje a contracorriente de la razón; avanzando, hasta nuestros días, hacia la oscuridad, hacia el enigma. En un segundo momento de su ensayo, Carrión aborda precisamente el carácter enigmático de la lírica moderna, una ruta en la que es posible encontrarse con poetas radicalmente enigmáticos como Paul Celan, caminando tal vez, del mismo modo que Dávila Andrade, por una senda de “vacilaciones de un hombre perplejo al borde del suicidio”, en busca de un absoluto que saben que será un fracaso.
Porque “esta poesía hermética es testimonio de un anhelo incumplido, de una búsqueda fracasada”. Porque la ‘voluntad de infinito’ de antemano está destinada al fracaso, escribe Carrión.
“La poesía occidental del siglo XX –dice el autor de La diminuta flecha envenenada– impone al lector una barrera construida con enigmas”.
Durante el minucioso recorrido por toda la crítica daviliana, Carrión se va planteando la relación entre poesía y comunicación, para concluir, en la línea de las mayores interpretaciones de la lírica contemporánea, que el “poema no comunica con el lenguaje, sino que comunica lenguaje; es un hablar imaginario hecho de frases imaginarias; no es un acto de habla auténtica, sino la representación de un acto de habla”. Paul Celán escribía en esa misma línea que “el poema está solo (…) el poema muestra, es imposible no reconocerlo, una gran tendencia a enmudecer”. A enmudecer como acto que comunica, para ser él mismo, en el límite de sí mismo.
La poesía se resume en la palabra, “apenas has escrito la primera palabra / cuando ya sobreviene la muerte de los párpados”, dice el último poema de Dávila Andrade evocado hacia el final del ensayo de Carrión, el poema Palabra perdida.
Flecha envenenada, enigma, oscuridad, lectura que niega la lectura única, unívoca. De este modo, Carrión –nacido en 1976, filólogo, catedrático de literatura y autor del hermoso poemario Revés de luz– nos provoca con este libro a volver a la última década de la obra de Dávila Andrade; y hacerlo sin los preceptos del crítico tradicional ni los prejuicios de estar ante el autor del Boletín y elegía de las mitas o Catedral salvaje, sus textos explícitamente “ecuatorianos”.
Sin embargo, para Carrión, este “final hermético” no es un hecho imprevisto, ajeno a toda la trayectoria de Dávila Andrade, sino un ascenso pausado desde sus primeros momentos en los que primaba la preocupación nacional, hasta una ruptura con ella y una proyección hacia preocupaciones filosóficas, hacia la autonomía de la palabra, la inaccesible palabra.