Todos sabemos que comer alimentos naturales frescos libres de químicos y preparados es recomendable para que el organismo aproveche todos los nutrientes de manera óptima.

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También conocemos que existen quienes prefieren productos que han sido procesados industrialmente, porque los consideran prácticos, vistosos, se conservan más tiempo y poseen sustancias nutritivas adicionadas como vitaminas o minerales, entre otros. 

Pero decidir qué es lo mejor, es lo difícil. A principio de año, el periodista Michael Pollan escribió en la revista The New York Times un artículo titulado  ‘La era del nutricionismo’. Este menciona que hay mucha desinformación sobre la nutrición y que existe un montón de científicos trabajando en la elaboración de productos que supuestamente son nutritivos.

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No obstante, hay 300 millones de personas con obesidad y billones con sobrepeso. Significa que existe una descompensación, porque se supone que si tenemos la tecnología para mejorar en la alimentación se están viendo las fallas.

Según la nutricionista y dietista ecuatoriana Daniella Ginatta Tinajero, graduada en la Universidad de Navarra, España, el texto va muy en contra de la tendencia actual de vender alimentos procesados. Para ella lo que Pollan dice va muy de la mano con los nutricionistas considerados “naturistas”, que son de dos tipos: el que dice tómate el suplemento como tal que contiene, por ejemplo, vitamina C, y el otro que dice tómate el jugo de naranja puro que es mejor.

El artículo también menciona que fue la comunidad científica quien aportó para que los alimentos se puedan exportar en masa. Para ello crearon los aditivos conocidos como conservantes, colorantes o edulcorantes. Un aditivo es una sustancia que no se encuentra en forma natural en el alimento y que es añadida de manera intencional con la finalidad de alargar el tiempo de vida de este.

La mayoría de los aditivos usados por las grandes industrias también resultaron ser perjudiciales, agrega Ginatta. Por ejemplo, en un estudio realizado por el Dr. Frank Fairweather, en 1980, se empieza a evidenciar el mal uso de aditivos y su relación con la salud. Por ejemplo, el colorante Coal Tar, que empezó a emplearse en 1856, era utilizado para realzar los colores en ciertos alimentos y hacer que estos lucieran más vivos. Sin embargo, en 1981, el colorante se lo retiró del mercado cuando fue evidente su capacidad mutagénica (cambia la naturaleza de los genes).

Se realizaron distintos exámenes de laboratorio y se vio que los animales utilizados empezaron a padecer de cáncer en ciertos tejidos y órganos. El colorante denominado Amarante también se lo retiró del mercado, en 1976, cuando se probó que provocaba tumores en ratas.

Sin embargo, la doctora María Alexa Zambrano Vera, especializada en nutrición y coordinadora del departamento de Asesoría Médica y Nutricional de Industrias Toni, dice que en la actualidad existen colorantes de origen natural (extraídos de los vegetales), por lo que las empresas alimentarias deben preferir utilizarlos para ofrecer al consumidor productos con menos contenidos químicos.

También el AF2 fue utilizado como agente antimicrobial en Japón entre 1965 y 1974, y cuando se detectó que provocaba enlargamiento hepático (deforma el hígado) y adenocarcinomas mamarios (cáncer de mama), se lo sacó del mercado. La lista podría continuar.

“Sin embargo, el Aspartame, edulcorante artificial, no fue retirado, aunque es considerado cancerígeno en numerosos estudios”, según Ginatta.

Pollan menciona que revisando información de las bisabuelas se vio que llevaban una alimentación más natural tradicional y era mucho más sana. En este sentido, Ginatta apoya completamente a Pollan y cree que debemos tratar de volver a la alimentación natural y no consumir tantos productos procesados.

Lo alarmante   no es que un aditivo empeore la salud, sino que se los incorporen al mercado, y, años después, fruto de investigaciones científicas, tengan que ser retirados. Lo cierto es que, al comercializarlos, dichos aditivos supuestamente han pasado una serie de pruebas que certifican su inocuidad. Pero ¿qué sucede? Los aditivos –que son sustancias ajenas al alimento– incorporados a este por añadidura pueden reaccionar de distintas formas: según en qué alimento se encuentren, con qué otros alimentos se ingieran, y que pueden convertirse en otro compuesto al ser digeridos por la flora intestinal o el metabolismo de la persona. Es decir, aunque conozcamos al aditivo y supongamos que es inocuo, no sabemos bajo qué circunstancias será digerido y en qué compuestos terminará ejerciendo su acción. De ahí que al ingresar al mercado sean considerados seguros y que, años después, se verifique su potencial perjuicio.

Hacia lo natural
Hoy es muy difícil vivir sin añadir productos procesados a nuestra dieta, pero debemos intentar inclinar un poco la balanza hacia la alimentación natural. “Hay profesionales que trabajan por el lado naturista sin tener que suplementar y tratan al paciente para que mejore sus hábitos alimentarios y coma normal de la forma más natural posible”, agrega Ginatta. ¿La razón? Ella contesta con un ejemplo: al betacaroteno (vitamina A). “Indispensable para la salud, pero se ha visto que si se extrae de su fuente natural y se la encapsula ya no es tan efectiva como si estuviera en su fuente natural. El betacarotena sintético, incluso puede llegar a ser tóxico”.

Recomienda intentar consumir aquello que la naturaleza nos brinda y la alimentación de nuestros abuelos, si no queremos ser las ratas de laboratorio del mañana. No experimentemos con nuestro  cuerpo lo que vendrán a descubrir científicos en 100 años. Es preferible comprar productos orgánicos que no hayan sido procesados, aprender a leer bien una etiqueta y escoger mejor los alimentos.

Para la nutricionista clínica María Umpiérrez, graduada en Penn State University, Estados Unidos, hablar de productos naturales “orgánicos” es un poco polémico, porque debemos hacernos las siguientes preguntas: ¿qué debemos elegir? y   ¿son más saludables para nosotros?

Muchas personas creen que esos alimentos son más nutritivos o saludables. Pero en la actualidad la evidencia sobre si la comida orgánica es más nutritiva o no que la regular está en debate. No existe ningún estudio definitivo que lo compruebe.

Para que algo sea considerado orgánico, el producto tiene que ser producido con énfasis en recursos renovables y la conservación del suelo y el agua. En el caso de carnes, huevos y productos lácteos, considerados orgánicos, que a los animales no se les haya administrado antibióticos u hormonas sintéticas. Asimismo con los vegetales y las frutas que fueron cosechados sin utilizar los pesticidas.

Según Umpiérrez, los que favorecen a la comida orgánica de la normal pueden alegar que nuestro cuerpo no ingiere la cantidad de hormonas sintéticas y antibióticos como es en el caso de la carne o el pollo. O que una manzana orgánica sabe mejor que una que no ha sido cultivada en un proceso orgánico.

Pero lo que sí es cierto, agrega, es que los alimentos orgánicos tienen un precio más elevado que aquellos a los que se les han agregado químicos. “Creo que si uno tiene el dinero extra para poder comprar este tipo de alimentos es una opción. Después de todo, son casi libres de pesticidas (químicos para matar las plagas). Aunque hay que tomar en cuenta que no todas las frutas y vegetales no orgánicos son tratados con la misma cantidad de químicos.

También se debe aprender a diferenciar los orgánicos de aquellos alimentos naturales no libres de pesticidas, que son los que se venden en la mayoría de los mercados o supermercados.

“La diferencia económica entre los naturales y procesados es   significativa. Obviamente un alimento natural como las legumbres, frutas, carnes o cereales, tiene un costo menor, ya que para obtener los industrializados se tuvieron que emplear maquinarias específicas para su elaboración, lo que eleva el valor”, dice Zambrano.

El interés de las empresas alimentarias por adicionar vitaminas y minerales u otros ingredientes funcionales (aquellos que mejoran su calidad) está en aumento, agrega Zambrano. Para ello los hacen más atractivos para el consumidor, así pueden cumplir el objetivo que es prevenir enfermedades carenciales o no transmisibles. Por ejemplo, años atrás se vendía la sal sin yodo y se descubrió que había un alto índice de niños nacidos con una enfermedad llamada cretinismo causada por el déficit de este mineral. Por lo tanto, años después fue agregado a la sal común.

La adición de vitaminas y minerales (micronutrientes) en un producto alimenticio no va a elevar el índice calórico de un alimento ya que estos son acalóricos, es decir, no tienen calorías por lo tanto no engordan, a diferencia de los macronutrientes (carbohidratos, proteínas y grasas) que sí aportan calorías.

Sin embargo, Ginatta opina que los consumidores de productos procesados no tienen en cuenta lo siguiente: en su mayoría, la industrialización de un alimento provoca que este pierda en el proceso parte de sus vitaminas y minerales. Cuando una empresa alega añadir vitaminas a un cierto producto, el consumidor no toma en cuenta que dicho artículo alimentario, en su elaboración, perdió una gran cantidad. Además, no conoce que las vitaminas y minerales añadidas de forma sintética no son tan absorbibles ni utilizables por el cuerpo y que pueden resultar perjudiciales.

Incluso la doctora Silvia Alejandro, máster en nutrición y consultora académica de la maestría de nutrición y dietética de Funiber (Fundación Universitaria Iberoamericana), indica que el consumo recomendado de aditivos alimentarios debe ser mínimo para los niños, especialmente  los menores de un año que se encuentran en etapa de ablactación (introducción de alimentos que complementa a la leche), debido a su inmadurez orgánica.

Se sugiere, en lo posible, dar en esta etapa alimentos naturales u orgánicos para evitar problemas de alergia e intolerancias alimentarias, dado que los aditivos se encuentran en gran cantidad en la mayoría de los  productos procesados y uno solo de estos puede contener varios aditivos a la vez para mejorar color, olor, sabor,  etcétera.

La doctora agrega que en los niños más grandes el exceso de aditivos produce hiperactividad y causa desatención escolar.