TC Televisión, noticias de la comunidad, miércoles, 19:40. Un  reportero habla de los problemas sanitarios y ambientales en el  estero Salado y concluye su nota con una frase de antología: “Se ve  que ellos son más organizados que nuestras autoridades”. ¿Quiénes son ellos? ¿Quiénes son los que ponen en cuestión a  “nuestras” autoridades? Claro, “ellos” son los habitantes de las  orillas del estero, los “invasores” que han construido sus precarias  casas desbordando a “nuestras” autoridades. “Ellos”, que posiblemente  vean los noticieros de TC y ‘Laura en América’ de RTS, pero que  significan la suciedad, el desorden, la barbarie.

“Ellos” y “nosotros”... Allá los desconocidos, los bárbaros, la masa  capaz de cualquier cosa. A la cual hay que socorrer, ayudar y dar  caridad. Acá “nosotros”, quienes representamos el orden, la luz, la  legalidad, que debemos comprender y ayudar, pero también controlar a  esa masa de pobres.

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Lo interesante de todo esto es que pese a las concepciones tan  desfasadas que subsisten en la mente de muchísima gente que está tras  un micrófono y una cámara, la televisión como medio ha sido un factor  decisivo en la inclusión de grandes sectores de la población y por lo  tanto de los avances democráticos en toda la región.

¿Contradictorio? Sí y no. La TV es mucho más que sus formas y sus  contenidos. Es –como lo hemos dicho– atmósfera, estado de ánimo y  también la manera en que la gente se conecta al mundo. ¿Significa  esto que no importan los contenidos y las formas? No, porque no hay  nada más feo que una TV esquizofrénica, de doble personalidad. La TV  debe ser democrática también en sus contenidos y en sus formas.

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¿Cómo? Hace pocos días recibí esta carta: “En el noticiero de la comunidad,  en horas de la mañana, los reporteros de Ecuavisa (puede ser de  cualquier otro canal) rescatan la participación de las habitantes de algunos barrios, tanto, que hasta parece que ellos mismos  los  convocan para que cuando aparezca la cámara les acompañen en la  denuncia del día. Así, la calle sin asfalto, el poste de luz a punto  de caerse, el deficiente servicio telefónico, las luminarias apagadas  o los parques en mal estado, es denunciado por un reportero con el  aval de ciudadanos, que con carteles en la mano (¿organizados?)  apuntalan más su reclamo solo que ante la cámara. Me asalta la duda  de si ese proceso organizativo es liderado por la misma televisora y  es cuando los movimientos sociales no son malos, sino una estrategia  de comunicación que quiere adjudicar al canal de turno  rating  y  prestigio.

Pero en otros casos, cuando los movimientos sociales pasan a ser  cuestionadores de prácticas políticas o impulsores de determinadas  propuestas, entonces son tratados peyorativamente. Los grupos  organizados empiezan a ser “los denominados movimientos sociales” que  acuden al Congreso para protestar porque unos ex diputados quieren  ingresar nuevamente al Congreso. Ahí los movimientos sociales son el  escenario para que una cámara y un reportero concluyan que son  quienes agravan las crisis”.

Si unimos la escena del comienzo con lo que cuenta la lectora (que  prefiere no divulgar su nombre), se puede comenzar a desenredar la  madeja.

En primer lugar, es necesario conocer a la gente. No se puede ser un  comunicador y pensar que el país se divide en un “ellos” y  “nosotros”. Superando esa mentalidad, se puede comenzar a interesarse  genuinamente sobre cómo viven y piensan, cuáles son sus intereses, sus  ilusiones, cómo se ven, cómo aman y qué consumen las personas que la  ven.

Es comenzar a dejar atrás el estereotipo del país lleno de gente sin  identidad, apática, ignorante y pobre que la cámara de TV rescata,  socorre e intermedia las caridades.