Como se han puesto de moda los “pelucones” de Samborondón, revisando el tomo 23 de mi Diccionario Biográfico del Ecuador, hallé que el ilustre jesuita Ramón Viescas (Quito 1731- Ravena 1799) comentó en verso el caso que le sucedió a don Vicente Recalde, sacerdote docto y calvo inveterado desde muy temprana edad, quien de un momento a otro comenzó a usar una gran peluca que le cambió completamente la cara, siendo tanta la sorpresa del vecindario que...Fragmento./ todos la deseaban ver (la peluca por supuesto)/ Para esto se vio correr/ de niños turba atrevida/ y la gente compungida/ hacía actos de contrición/ como si fuera visión/ de cosa de la otra vida.// El remate de este poema vino después, de manos del propio Viescas, quien escribió “El epitafio de una calva sepultada dentro de una peluca” donde continuó la burla al vanidoso padre Recalde, el más antiguo pelucón ecuatoriano conocido.
La moda de las pelucas blancas se inventó en los tiempo del rey Luis XV (1730) y terminó con la revolución francesa en 1789. Fue el colmo de la elegancia en un momento histórico que se conoce como el Rococó o barroco exagerado por los adornos y retorcimientos que se inventaron entonces.
Las pelucas blancas fueron el símbolo de la elegancia, significaban la distinción propia de la vejez canosa. Algunas eran de tamaño exagerado y caían frondosamente a los lados formando bucles y en rizos; otras eran lisas o normales (los oficiales de ejército) y llegaron a ser tan populares que las usaban indistintamente hombres y mujeres y hasta los niños, los esclavos, los sacerdotes, las autoridades por supuesto, como se puede apreciar en los cuadros europeos de la época, excepción hecha de las monjas, que estaban prohibidas de mostrar el cabello.
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En Guayaquil, las pelucas se empolvaban con polvos de arroz para que parezcan blancas. Los únicos pelucones que conozco están retratados en óleos que por encontrarse en 1896 en París, se salvaron del Incendio Grande guayaquileño y son: Jacinto de Bejarano y Lavayen, José Carbo Unzueta, Juan Barnó de Ferrusola, Juan Ramón Benites y Tabares, y Bartolomé Cucalón y Villamayor; por eso los de Samborondón creo que son falsos pelucones, pues no usan pelucas.
Rodolfo Pérez Pimentel,
doctor, cronista vitalicio de Guayaquil, Guayaquil