Cuando yo era niño todavía existía la vergonzosa costumbre de algunos maestros frustrados de castigar a los niños mandándolos a una esquina con un sombrero que representaba las orejas de un burro.

Me imagino los sentimientos de frustración y los complejos que habrán quedado en el alma de esos pequeños que ahora son adultos. Alguno de ellos seguramente promovió la campaña de acusar de burros a cualquier ciudadano que falte a las normas de tránsito, como pude constatar en un reciente viaje a mi país. Es una mala manera de superar ese complejo que le quedó desde su infancia.

Mal que los ciudadanos no cumplan la ley, por supuesto, pero quisiera recordarle a los directivos de la CTG que algunos ciudadanos a veces no pueden pagar la matrícula de su carro a tiempo por razones que no son de su voluntad (falta de dinero, haber viajado al extranjero, etc.). ¿Sirve de algo insultarlos?

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También deberían saber que el insulto fue descartado como medio de educación (individual o masiva) desde hace años, que el Código Penal sanciona como un delito la injuria no calumniosa (que consiste precisamente en insultar en público), y que quien menos debería injuriar a los ciudadanos (sean estos cumplidores o no de la ley) es la autoridad, que debe caracterizarse por su ponderación y respeto a los derechos civiles (entre los cuales se incluye el respeto a la honra de los ciudadanos).

El insulto también es contra el burro, al que se lo hace aparecer como un animal estúpido, cuando recientemente se ha demostrado que más bien es un animal bastante inteligente. No ocurre lo mismo con los buitres, que siguen siendo considerados como animales que comen carroña, sacándole las entrañas a cualquier víctima que cae en sus manos. Aunque los buitres al menos no insultan.

Jimmy García Proaño
Roma, Italia