“Siempre se me ha asociado con el mundo del crimen por mis películas. Lo sé y no me gusta, pero al mismo tiempo sí hay una atracción. Es como una droga detestable que me persigue”. El reciente estreno de Los infiltrados (The Departed) motivó estas palabras de Martin Scorsese, uno de esos grandes realizadores norteamericanos que todavía, y a las bravas, pueden firmar a cabalidad sus obras cinematográficas. Aquí el hombre parece volver a sus obsesiones originales, especialmente a las de aquellas violentas exposiciones de Mean Streets (1973), Taxi Driver (1976) y Goodfellas (1990).  
                    
Con tanta sangre derramada es difícil dar al filme una bienvenida del todo efusiva, pero es indudable que la maestría del director en el manejo de la acción y la meticulosa textura en sus escenarios revelan a un artesano prodigioso de las imágenes.